jueves, 25 abril 2024 - 18:11

Debates. Autoritarismo, desencanto político y subjetividad

La emergencia virulenta del autoritarismo en diferentes versiones que relanzan las proclamas neoliberales con una aparente nueva fuerza, lleva a repasar las condiciones de posibilidad del pensamiento autoritario en esta etapa histórica.

La conceptualización teórica de pensamiento autoritario con mayor consenso en la actualidad acerca del autoritarismo de alas derechas (RWA, por sus siglas en inglés) refiere al autoritarismo como una dimensión de la personalidad, compuesta por tres conglomerados actitudinales: sumisión autoritaria, agresión autoritaria y el convencionalismo1.

Este conglomerado actitudinal nos permite pensar las subjetividades que son correlatos de este ideario de intolerancia y violencia. Subjetividades moldeadas en la convergencia del descontento social y el desencanto político.

Estas dos variables –descontento y desencanto- aunque independientes forman parte de una matriz retroalimentada y complementaria en la cual se moldean las condiciones para la polarización actual.

El ascenso y protagonismo de las formaciones políticas autoritarias hace pie en la  bronca movilizada por los abandonados económicamente, desilusionados y resentidos. El sufrimiento y el rencor de la clase media empobrecida son el combustible sobre el cual las reversiones de un neoliberalismo agresivo y violento ve un campo fértil a sus proclamas anti derechos, enemigas de cualquier planteo de equidad social.

Para comprender la genealogía de estas condiciones hay que hacer referencia a proyectos y gobiernos presentados electoralmente como alternativas progresistas que fueron cómplices y/o artífices de un proceso por cual el capital financiero transformó el derecho humano de vivienda y las jubilaciones en una fuente de enormes ganancias mediante la especulación. Estas gestiones han llevado adelante programas económicos que, a diferentes ritmos, resultaron en un empobrecimiento creciente y un fortalecimiento de las estructuras políticas y económicas de concentración de la riqueza y la desigualdad.

La crisis del sistema capitalista —que pegó un salto en 2008, profundizando la desigualdad de los ingresos y el desencanto masivo hacia los organismos de representación política tradicionales— se expresa también en un creciente descreimiento en las instituciones, las que cada vez son más cuestionadas. De esta manera, surge un sujeto político que se caracteriza, entre otras cuestiones, por estar políticamente desencantado y ofuscado, culturalmente despreciado y económicamente frustrado.

La actualidad y precisión de la descripción que hacía León Trotsky en 1935 cobra una vigencia espeluznante. El ideario autoritario encuentra su material humano fundamentalmente en los sectores medios y la pequeña burguesía. Estos sectores totalmente arruinados y empobrecidos por la dinámica de concentración del gran capital perciben certeramente que no tiene salvación alguna en la coyuntura actual. Pero sus niveles de conciencia no le permiten visualizar alguna salida en sus mapas cognitivos. Su descontento y malestar, su indignación, su desesperación, es desviada por los voceros mediáticos del gran capital y redirigidos contra los sectores populares y las y los trabajadores. Una verdadera operación de alienación brutal de los sectores medios al servicio de los responsables de su ruina. La operación política ideológica es casi perfecta, el capitalismo arruina primero a las clases medias e inmediatamente, con ayuda de sus comunicadores, los demagogos mediáticos autoritarios, dirige contra sectores desposeídos y sus conquistas a las clases medias sumidas en la desesperación y el descontento.3

Combinar patriotismo y militarismo, cristianismo, familia, retórica racista y un capitalismo desenfrenado fue la exitosa receta de los conservadores neoliberales hasta que la crisis del capital financiero en 2008 devastó los ingresos, las jubilaciones y la propiedad de los hogares de la clase obrera blanca en los países centrales. 

Pero en la post crisis del 2008 y sobre el campo de las desilusiones sembradas por las alternativas autodenominadas progresistas, cobró sentido agitar contra los migrantes indocumentados, difundir los mitos de las leyes antidiscriminación y de equidad de género, militar contra el lenguaje inclusivo, difamar a la educación sexual integral y el acceso a la salud reproductiva, promover acciones punitivas avalando y exaltando la violencia institucional y demonizar a los planes sociales, responsabilizándolos por la pobreza creciente.

De esta manera, sobre la base del desencanto, se alimentó el descontento mediante un sistemático alegato compuesto por comentarios de derecha en la televisión, la radio y las redes sociales, fortaleciendo el discurso mediante la sobre exposición, en los medios hegemónicos, de personajes que combinan una arenga virulenta con una retórica intelectualmente indigente pero efectista. 

Se presenta un actor político caracterizado por una mezcla de movimientos previamente marginales —nacionalistas, negacionistas, antiderechos, libertarios, antigobierno, neofascistas— conectados entre sí vía Internet.

En el núcleo de este esquema pensamiento proliferan los discursos de odio como actos de comunicación con el objetivo de promover y alimentar creencias dogmáticas y de hostilidad, con referencias o connotaciones discriminatorias contra una persona o un colectivo, por lo general, históricamente discriminado, marginado y/o perseguido4.

En apariciones mediáticas y en su actividad en las redes los referentes de la derecha autodenominada libertaria exhiben un comportamiento provocador e irrespetuoso. Este perfil desafiante se presenta con un discurso desinhibido y agresivo sin precedente, ostentando una supuesta legitimidad de algunos enunciados y discursos quizás inimaginables hace pocos años.

Así, podemos ver un discurso enfurecido contra la ciencia y la razón despreciando elaboraciones basadas en la evidencia. Tributando a todo tipo de negacionismo que adquiere diversas formas, tales como la minimización o relativización, la construcción de falsas equivalencias, la sobresimplificación y la elaboración de teorías conspirativas.

Es posible pensar este advenimiento del accionar envalentonado del pensamiento autoritario en términos de reacción. Respuesta rabiosa que tiene su anclaje en la herida del sujeto blanco-masculino-heterosexual ante su descentramiento como sujeto universal. Según esto, la sensación de amenaza ante el peligro de la pérdida de sus privilegios sobreviene en furia conservadora e impulso antidemocrático2.

Contraofensiva puede ser el significante que dé cuenta de la dinámica de esta reacción de violencia autoritaria, que pretende reintroducir un orden capitalista, frente a la posibilidad de la desestabilización por el desborde por abajo2.

El embate de este impulso neoconservador y autoritario apuesta así al discurso violento, discriminatorio y desafiante como un antídoto dirigido a desmovilizar la protesta social que evidentemente presenta un ascenso a nivel mundial. El ataque contra todo lo social y comunitario, entendido como el espacio donde crecen y materializan las demandas de justicia social, es otro de los puntos que explican la coyuntura actual.

En este sentido, es importante recordar que aunque parezca algo nuevo la violencia y sus discursos soportes lejos de ser una desviación, históricamente han sido parte indisoluble del pensamiento autoritario.

Para los esquemas de pensamiento autoritario la confluencia de las luchas feministas y LGTBI, ambientales, de pueblos originarios, de las y los trabajadores y sectores populares en general son en conjunto una grave amenaza subversiva, ante la cual las expresiones de la derecha reaccionan desplegando una contraofensiva que abarca de manera simultánea a diferentes niveles como la teoría económica, la moral occidental, la narrativa histórica y hasta las teorías conspirativas.

Dirigida a hacer pie en los sectores golpeados por las políticas de ajuste, desencantados y descontentos, esta reacción se gesta desde arriba, se sintetiza en proyectos políticos de ultraderecha que con una gran cobertura mediática y una legitimidad construida en el sentido común mediático disputa en el terreno de las subjetividades y afectos, engendradas en el fracaso de los progresismos posibilistas.


1) Altemeyer, B. (1998). The other “authoritarian personality”. Advances in Experimental Social Psychology, 30, 47-92

2)  Brown, W., & Sarmiento, J. D. A. (2021). Frankenstein del neoliberalismo: libertad autoritaria en las “democracias” del siglo XXI. Cuadernos de Filosofía Latinoamericana, 42(124), 12.

3) Trotsky, L. (2005). ¿Adónde va Francia?. Editorial Antídoto.

4) Gómez, R. A.  (2022). Breve diccionario psicológico-político de las redes sociales y la era digital – Córdoba: Editorial de la UNC, 2022

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