domingo, 13 octubre 2024 - 00:32

Aniversario. Severino Di Giovanni, el último anarquista

Este primero de febrero se cumplen 90 años de la ejecución de Severino di Giovanni, uno de los anarquistas más reconocidos de principios del siglo XX y uno de los más romantizados “terroristas ácratas”. En las siguientes líneas su historia.

Germán Gómez

“Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte”.

Con estas líneas, el escritor Roberto Arlt comienza su relato periodístico de aquel 1 de febrero de 1931, que lo tuvo como testigo y que sería incorporado en una recopilación publicada bajo el nombre de Aguafuertes porteñas.

¿Quién era Severino di Giovanni?

Si hiciéramos una simple biografía, diríamos que Severino nació el 17 de marzo de 1901 en Chieti, en la zona de los Abruzos en Italia. Que tuvo una familia con un relativo buen pasar económico, lo que le permitió estudiar para maestro y aprender el oficio de tipógrafo de forma autodidacta; pero que al mismo tiempo no le eran indiferentes las miserias que pasaba la Italia de posguerra entre la crisis, la miseria y el ascenso del fascismo. Que quedó huérfano a la edad de 19 años y que a partir de ahí toda su vida giraría en torno a defender sus ideales anarquistas, pero también expresar su odio hacia la autoridad y el poder.

En época de crisis económica, miseria y ya con el fascismo en el poder, Di Giovanni buscó un lugar donde pudiera escapar junto a su esposa y su hija pequeña de la garra fascista y así fue como llegó a la Argentina. Consiguió trabajo como tipógrafo, el cual rápidamente usaría tanto para ganarse el pan como para editar el periódico Culmine, el cual se convertiría en su propio medio de prensa.

“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe!
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate”.

El idealista de la violencia

El magnífico escritor Osvaldo Bayer, uno de los máximos referentes historiográficos en lo que tiene que ver con las luchas obreras de principios del siglo XX en nuestro país, plantea que Di Giovanni no fue un anarquista más, sino que su figura magnética se basó en “una gama de crueldad, romanticismo, leyenda, valentía y ese algo indefinido que linda entre lo increíblemente delictivo y la apasionada justicia por propia mano[i].”

Sin embargo, el accionar de Severino no sería útil para la lucha de las masas obreras ya que todos esos elementos se combinaron en un individualismo acérrimo, que lejos de mejorar las condiciones de la clase obrera en su conjunto, solo atrajeron interés en su persona, el repudio de la opinión pública hacia el anarquismo y conflictos internos entre el languideciente movimiento anarquista, que veía como el comunismo empezaba a ganar el terreno sindical que antes dominaba.

En 1925, en el aniversario de la llegada de Vittorio Emanuelle III al trono italiano, se realizó una gala homenaje en el Teatro Colón con la presencia del embajador de la Italia fascista. A esa cita se hizo presente junto a otros anarquistas para repudiar al fascismo, lo que terminó en una batalla campal contra los “camisas negras”[ii] y la policía,  que le valió su primer ingreso a las planas de los diarios.

La idea de la “acción directa” y del heroísmo anarquista cada día se hicieron más fuertes y sus iniciativas cada vez fueron más violentas. Las primeras bombas fueron a instituciones bancarias en horarios sin servicios, hasta que la voladura del City Bank en 1927, realizada al mediodía, provocó 2 muertes. Luego vendrían una bomba en la embajada de Estados Unidos en repudio de la ejecución de Sacco y Vanzetti; y otra en la Embajada Italiana, provocando 9 muertes más.
A fines de la década del ’20 Di Giovanni era el enemigo público más notorio para la policía federal, pero también era acusado -sin pruebas- de casi cualquier acción que pudiera utilizarse como propaganda que generara desaprobación popular hacia las ideologías obreras. Era repudiado por propios y ajenos.

“Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordene a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!”

El final

Los últimos años, Di Giovanni los vive en la absoluta clandestinidad y cambia de domicilio permanentemente. En uno de esos domicilios conoce a la familia Scarfó. Alejandro y Paulino se convierten en parte de su círculo de confianza. Más compleja es la relación con la hermana menor, América, de la cual podríamos escribir otro artículo entero.  Estar cercado por la policía no detuvo a Severino, quien siguió organizando acciones, pero en una reunión en una imprenta céntrica la policía lo encontró y luego de una espectacular persecución fue detenido y llevado a la vieja Penitenciaria Nacional sobre la avenida Las Heras.

En unas pocas horas y luego de ser torturado por la policía del gobierno militar de Uriburu, que iniciaba la década infame, fue condenado a muerte. Su ejecución, de madrugada,  fue festejada por la burguesía que se sacaba de encima a un anarquista que les molestaba y al mismo tiempo servía como sanción ejemplificadora para el resto de la clase obrera. Severino había intentado ser el héroe de la clase obrera que empujara el resto, pero su individualismo lo alejó de su clase. Su historia está llena de hazañas, aunque ninguna junto a los obreros.  Arlt cerró magistralmente la crónica de esa noche, como se escribió su leyenda.

“Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón; Álvarez de Última hora; Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.”


[i] Osvaldo Bayer, El idealista de la violencia, Sombraysén Editores, 2009

[ii] Los camisas negras eran los militantes del partido fascista italiano, que actuaban como fuerza de choque.

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