sábado, 23 noviembre 2024 - 02:41

Aniversario. La Masacre de Ezeiza

El 20 de junio de 1973 se produce la vuelta definitiva de Perón a la Argentina luego de 18 años de exilio. Lo que se esperaba  fuese una fiesta, se convirtió en un enfrentamiento armado entre los extremos políticos del movimiento. Los hechos, nuestra interpretación y nuestras conclusiones en la siguiente nota.

Hablar de peronismo en nuestro país es, como mínimo, una cuestión compleja. Para poder abordar el tema, nos parece necesario, partir de dos elementos para entender que expresó la Masacre de Ezeiza.

El primero, es que lo que conocemos como “peronismo”, no es una ideología, o un conjunto de ideas y consignas que llevan un elemento conductor, por el contrario, lo podemos definir como algo más cercano a una “doctrina”, un conjunto de prácticas emanadas del pensamiento de Juan Domingo Perón. El problema está en que Perón, a lo largo de su vida, ha cambiado muchas veces de parecer y ha expresado ideas que se contradecían con las anteriores, pero que lo beneficiaban en la coyuntura, por eso nos encontramos “peronistas del 45”, “peronistas de la resistencia”, “peronistas del 73”, etc.

Por otro lado, en su carácter no plantea la independencia de la clase trabajadora, sino todo lo contrario. El peronismo se basa en la idea de la conciliación de clases, de encontrar un equilibrio entre la tasa de ganancia de la burguesía, y los ingresos de los trabajadores. Algo que la historia ha demostrado imposible, donde ese equilibrio siempre se rompe en pos de la ganancia capitalista. A cada etapa de conquistas de la clase trabajadora, si no se logra su emancipación como clase, le sigue un proceso de avance de la burguesía con la pérdida de derechos y calidad de vida. El peronismo no surgió para expresar la lucha de los trabajadores, sino para evitar la radicalización del ascenso obrero que se produjo a fines de la década del 30 y principios del cuarenta, enchalecando al movimiento obrero, cediendo algunas concesiones que no pusieran en cuestión el orden burgués. Este último elemento es el que algunos sectores que se reivindican peronistas, no lograron interpretar correctamente y es un elemento clave para entender los hechos que analizamos.

Volver, con la frente marchita

El Cordobazo y el ascenso obrero y juvenil de fines de los 60 y principios de los 70, habían provocado la caída del gobierno de Onganía y el surgimiento de una numerosa vanguardia que se radicalizaba rápidamente. El nuevo presidente Agustín Lanusse no encontraba apoyo en los partidos burgueses que rechazaban el GAN (Gran Acuerdo Nacional) y pedían elecciones libres para darle aire al régimen democrático burgués, que venía golpeado, tanto por los militares y sus golpes que los deslegitimaba, pero también por la irrupción de la juventud como actor político, al calor del Cordobazo, la guerra de Vietnam y el Mayo Francés. Un sector de la juventud, viendo los fenómenos mundiales y siguiendo la “mística” del Perón exiliado, que se escribía cartas con John Willam Cooke, o que elogiaba la Cuba antiimperialista, se radicalizaban y abrazaban el método de la guerrilla como elemento de cambio, inspirados en Cuba o Vietnam. Así en 1970, con la ejecución de Aramburu, se daba a conocer públicamente la agrupación Montoneros, que mas rápido que tarde amalgamaría a todos los sectores del peronismo “revolucionario”.

Por otro lado, el sindicalismo tradicional, que había fortalecido sus métodos burocráticos, justificándose en la persecución sufrida desde el golpe del 55 en adelante, tenía mayor contacto directo con Perón, a través de su secretario personal, José López Rega – quien más adelante sería responsable directo de la Triple A – y se sentían los protagonistas de un posible regreso del general exiliado.

Lanusse, ante la imposibilidad de sostener el régimen, permitió las elecciones libres, levantando por primera vez desde 1955 la proscripción del peronismo, no por un espíritu democrático, sino porque la burguesía necesitaba frenar el ascenso  que el gobierno militar no podía, necesitaban al General para ejecutarlo. Para no explicitar este acuerdo, se estableció una cláusula de residencia, que proscribía de las candidaturas al líder del movimiento. Por esa razón, el delegado para las elecciones de 1973 fue Héctor Cámpora, quien se sentía más cercano a los sectores juveniles que a los sindicales o más conservadores, aunque en su gabinete trataría de equilibrar el balance de sectores. Su breve gobierno solo marcó un crecimiento exponencial de las tensiones entre las distintas facciones del movimiento. La vuelta de Perón para ordenar la tropa se hacía cada vez más urgente. El regreso definitivo estaba pautado para el 20 de Junio de 1973. También el enfrentamiento para definir quién podía endilgarse el título de “verdadero” peronismo.

Peronistas vs Peronistas

El acto de Ezeiza se impulsaba como un nuevo 17 de Octubre, un “renacer” del peronismo, pero a diferencia del 45’ existían múltiples interpretaciones de la doctrina, que el propio Perón se había encargado de alimentar. El acto fue multitudinario, las cuantificaciones van desde los 300.000 asistentes, hasta los 2 millones dependiendo de la fuente. Pero el hecho político era de magnitud, la vuelta del general después de 18 años de exilio.

Durante la jornada, las tensiones iban en aumento. Las disposiciones de la ubicación en el palco y en las primeras filas habían producido las primeras escaramuzas, la llegada de cada vez más militantes producía más disputas. Detrás del escenario y en varias ambulancias había una cantidad importante de armas escondidas por la CGT y el CdeO (Comando de Organización, sector conservador y reaccionario del peronismo), paralelamente las columnas montoneras que ingresaban lo hacían con armas más pequeñas escondidas entre sus ropas, sabían que la disputa por el palco era crucial.

Durante las semanas previas, la organización había resuelto la presencia de cinco personalidades en el palco: José Ignacio Rucci, Lorenzo Miguel, Jorge Osinde y Norma Kennedy representando a la ortodoxia y Manuel Abal Medina por el lado del sector “izquierdista”. A ellos se sumaba el cantante y director Leonardo Favio, quien conduciría el acto. Esta distribución de fuerzas sobre el escenario, que Montoneros consideraba desproporcionada, era el llamado a copar el escenario para mostrar la fuerza “real” de la organización. Al mismo tiempo, los sectores mayoritarios habían montado un operativo con francotiradores para evitar el desborde. Lo inevitable llegó en horas del mediodía cuando Montoneros comenzó su marcha hacia el palco y fue repelido con disparos desde el escenario y desde un edificio ubicado a 500 metros por francotiradores del CdeO. Fueron varias horas de tiroteos y confusión. Las corridas, los enfrentamientos y un desencajado Leonardo Favio pidiendo “calma y cordura” desde el escenario, no lograron salvar el acto. El avión de Perón se desvió hacia el aeropuerto de Morón y fue recibido por José Ignacio Rucci, quien había abandonado Ezeiza al iniciarse el enfrentamiento. La foto del secretario general de la CGT caminado junto a Perón era la victoria definitiva de la ortodoxia.

El saldo del tiroteo, fueron entre 15 y 200 muertos y más de 500 heridos. Jamás hubo una investigación oficial, por eso los datos –al igual que la concurrencia- difieren entre las diferentes fuentes.

Ni yanquis, ni marxistas

La masacre de Ezeiza suele adscribirse únicamente a la lucha entre facciones del peronismo, como señalamos más arriba, pero tomar solo esta dimensión, es no alcanza para entender con claridad la situación.

La vuelta de Perón, como decíamos antes, no fue tanto por la victoria popular del movimiento peronista, sino más bien por la necesidad de la burguesía de frenar las luchas y avanzar en reformas pro-patronales en la economía. El derrotero posterior de Ezeiza demostraría estas hipótesis de la forma más brutal.

Montoneros había cumplido con dos tareas: la primera había sido socavar al régimen militar para forzar las condiciones de una salida democrática encabezada por el mismo Perón, pero simultáneamente había servido para disputar la dirección de los ascensos obreros ante las direcciones clasistas y de izquierda, llevando a un sector de la vanguardia a métodos equivocados como la guerrilla, que los alejaba de resto de su clase y al mismo tiempo detrás de un proyecto que tenía como norte el “socialismo nacional” que lejos estaba de ser socialismo y más cerca de ser un régimen nacionalista burgués. La tarea de Perón consistió en desmovilizar a las masas, junto a desarticular al engendro que había creado.

Todas estas cuestiones quedaron aun más claras durante su gobierno, con la creación de la Triple A y con su discurso del 1º de Mayo de 1974 donde insultó y expulsó del movimiento a los sectores “izquierdistas”. En lo económico, defendió el “pacto social” de Cámpora, el cual el empresariado incumplía sistemáticamente ante la inacción del gobierno. Demostrando a las claras que el Perón que los jóvenes esperaban que trajera el cambio social, en realidad traía la represión, y junto a ella permitía el avance de la burguesía.

La Masacre de Ezeiza desnudó con crudeza la realidad de la lucha de clases, ante tantos trabajadores que confiaban en la figura del líder, y fueron traicionados en sus expectativas. La emancipación de los trabajadores, debe ser obra de ellos mismos.

Germán Gómez

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