martes, 17 diciembre 2024 - 03:52

Actualidad en debate. El RIGI y la encrucijada de la independencia

Milei encabeza un experimento ultraderechista para afrontar una crisis estructural. El Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) es el andamiaje legal de una profundización del saqueo neocolonial de nuestro país. Se reinstala el debate sobre la matriz productiva local y su inserción en el mundo. Sujetos sociales y políticos en tensión. Clases ilusorias y reales. La transición al socialismo en la encrucijada de la independencia definitiva del país.

La aventura libertaria persigue la estrategia de resetear la economía y, de forma correlativa, las relaciones sociales y el sistema político a favor de una regresión neocolonial enorme. Se trata de abaratar fuerza laboral, costo de producción, carga impositiva empresarial y poda de los gastos del Estado -salvo en la función represiva para ofrecer a la Argentina al gran capital, como un paraíso de tasa de retorno por sobre el promedio mundial y con control de la protesta social. El ensayo es seguido atentamente. Al inicio, el plan de vuelo tenía las siguientes claves:

  • Recorte fiscal abrupto para generar confianza en acreedores externos de la deuda argentina. A partir de ahí, la hipótesis se completaba con la idea de obtener crédito mostrando esa conducta ajustadora, para estabilizar la moneda, controlar la inflación y, en todo caso derivar, como consecuencia una recesión corta.
  • El segundo paso consistía en hacer aprobar normas legales para facilitar un aluvión de inversión privada y así acumular capital político, y en 2025 ganar las elecciones de medio término.

De esa orientación, que incluía dolarización y fin del cepo, por ahora solo se cumplió el propósito del ajuste monumental y más que el “daño colateral” de una breve secuencia recesiva, ya está provocando una depresión vertical de la economía.

Pero, además, hay que anotar que el tan meneado déficit cero tiene fundamentos ilusorios: postergar pagos (importaciones), disimular desmanejos (cambio de forma en las Leliqs por Pases y Bopreal) e imponer refinanciaciones a las energéticas como CAMMESA que proveen al Estado.

Y como ya les pasó a otros experimentos similares en el pasado, la recesión desploma el consumo y, por lo tanto, la recaudación fiscal. Ergo: los recortes y la magra recaudación, tienden a empatar las cuentas. Si a ese cuadro general le sumamos la presión convergente de economistas de la misma familia ideológica de Milei, FMI y sojeros, por una devaluación del orden del 30%, tenemos entonces que la gula por dólares urgentes se transforma en obsesión.

En este contexto global hay que encuadrar la arquitectura legal del RIGI, como instrumento para la estrategia neocolonial de mediano plazo y la captura de divisas en el corto.

Estatuto neocolonial

Ni la más optimista de las corporaciones aspiraba a tanto. Esa legislación sancionada por el Congreso, les da ventajas comparables a los enclaves de saqueo imperial más abusivos del mundo. Tiene cinco pilares:

  • Las compañías van a pagar menos impuestos.
  • Van a gozar de estabilidad fiscal por 30 años.
  • Se las exime de toda auditoría o audiencia pública.
  • Gozarán de inmunidad legal ante demandas en el plano socioambiental.
  • Como complemento, por resolución del Ministerio de Seguridad contarán con una especie de infantería de custodia propia, a cargo del Estado, para blindar sus emprendimientos frente a protestas o reclamos sociales: las llamadas Unidades de Seguridad Productiva.

El RIGI otorga a los capitales beneficiados la exención sobre retenciones y el Impuesto a los Ingresos Brutos. Además, podrán remitir al exterior todas las divisas obtenidas de su explotación en el país, tendrán prioridad en el acceso a dólares de las reservas estatales y no sufrirán ninguna limitación para importar insumos.

Son reglas que les dan a las empresas beneficiadas ventajas comparativas cualitativas frente a competidores previos en el país. Los plazos para aprobar los pliegos son inéditamente rápidos y sin mayor revisión. Es un esquema de zonas económicas liberadas, con exención fiscal, inmunidad legal e incluso protección militar, sin vínculos con el entramado productivo local.

La libre disponibilidad de dólares les da prioridad de caja, en una estructura estatal entre cuyas debilidades más sensibles, está precisamente ese eslabón. Si además las empresas no tienen obligación de retorno por regalías o impuestos en esa misma moneda, vamos a un virtual vaciamiento de reservas, que obligará a recortar más gasto público y a un endeudamiento sistemático para alimentar ese círculo vicioso. Los rubros apuntados como beneficiarios directos son el petróleo, el gas y la minería. Y no son los únicos:

El nicho de financistas dedicados a la gestión privada del crédito y la circulación monetaria también se relame. Mercado Pago es la nave insignia de ese segmento patronal. El modelo es la desregulación financiera, sin garantía para los depósitos y, por lo tanto, riesgo de confiscación legal para los ahorristas.

Los unicornios de la tecnología también son potenciales aliados. Es decir, las compañías que en tiempo récord superaron los 1.000 millones de dólares de capital, sin cotizar en bolsa ni ser compradas por terceros. Es el ecosistema de Silicon Valley, con Apple, Facebook, Google y Elon Musk. Por ahora estos acuerdos no son más que publicidad y una que otra selfie. Veremos.

Este esquema perjudica a sectores industriales ligados al mercado interno. Esa porción de la burguesía con anclaje en el país, está atada al consumo y el nivel de actividad económica. La deriva recesiva de esta orientación la tensiona. Con la dictadura, el menemismo y Macri, experimentaron un desplazamiento parecido. Incluso el agronegocio está atravesado de interrogantes, ya que aunque las medidas desregulatorias lo favorecen, al no haber devaluaciones, cada tanto les afectaría su margen de retorno. Con el “uno a uno” de la convertibilidad ya vivieron algo así. Por eso entre ellos sobrevuela un déjà vu preocupante.

Un dato más, categórico: toda esta reconversión económica, si cristaliza, traería aparejado un salto enorme en la desocupación, ya que los capitales incentivados son de ramas ligadas a la extracción de commodities para exportación, la especulación financiera o la tecnología digital. Todos ellos con escasa demanda de fuerza laboral y el RIGI no los obliga a ninguna compensación en ese sentido. Si además conectamos a esta proyección el desplome vertical de la actividad y el consumo de masas, la reforma laboral que precariza y el achique del Estado, el escenario se avizora como de tierra arrasada. Semejante plan de expoliación nacional tiene antecedentes. La dependencia como concepción y la prepotencia imperialista no son nuevas.

Chorreando sangre y barro

En el capítulo XXIV de El Capital, Marx explica lo que denomina acumulación originaria, el proceso histórico por el cual se empezó a consolidar el modo de producción capitalista. Y después de describir la explotación del oro y la plata de América por el imperio español, el robo de tierras a los campesinos en Europa y otras expresiones de violencia de clase, dice que “el capital llega al mundo chorreando sangre y barro por todos los poros, desde la cabeza, hasta los pies”. Esa lógica, que abarca desde los siglos XV hasta el XIX y más, va llevando al sistema capitalista en su expansión y dominio planetario a someter a sus reglas a toda la humanidad.

Pero ese desarrollo, de violencia, apropiación y explotación, no es lineal sino desigual y combinado, generando contradicciones potentísimas que generan crisis, guerras y revoluciones a lo largo de siglos. Marx anticipa, ya en el siglo XIX, la dinámica a la globalización del capital en su necesidad de reproducirse, explotando naturaleza y fuerza de trabajo humana. En ese camino, crea sus propias venganzas: las revoluciones y la clase trabajadora, como el capital, también mundializada. Nuestro país y nuestro continente, como otras regiones del planeta sometidas al capitalismo, tienen una historia de luchas que combinan la aspiración de emancipación antiimperialista como países subordinados, y la liberación social de la clase obrera como mayoría explotada ya desde fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. De hecho, nuestra historia moderna está atravesada por esas claves: independencia y revoluciones, con la clase trabajadora como sujeto estratégico central en esa tarea.

En nuestro país, este mes de julio remite a 1816. En ese año se legalizó la separación del imperio español. Ese episodio conecta con una poderosa revolución como fue la de Mayo de 1810. Y aunque el proceso termina pocas décadas después con la integración dependiente de Argentina al mundo capitalista, comprender esta génesis y la naturaleza de capitalismo semicolonial de nuestro país, es fundamental para definir la política, orientación y tareas para superar este estadio.

Existía hacia 1810 una contradicción entre el desarrollo capitalista concentrado en algunas zonas del imperio español en América y el carácter monárquico-feudal de su sistema político y toda su superestructura institucional. En concreto: zonas como Venezuela -la Gran Colombia entonces- o el propio Virreinato del Río de la Plata, experimentaron un desarrollo capitalista que dio origen a una burguesía local, cuyos intereses específicos chocaron con la corona de España.

Ese es el contenido social de figuras antiimperialistas como Bolívar en Venezuela o la radicalidad jacobina de Moreno o San Martín en el Río de la Plata. Representaban a las burguesías criollas que aspiraban a establecer relaciones directas con el mercado capitalista mundial, sin la mediación de España con su monopolio comercial forzado y retardatario. Se constituyó así un frente único anticolonial, que después de la primera etapa de la Revolución atravesó una lucha de fracciones. Ésta se terminó resolviendo en favor los sectores más conservadores, partidarios de aceptar el status de región subordinada y apenas lucrar con las regalías de la aduana porteña.

En 1816 ese curso político se consolidaba y provocaba tensiones, por ejemplo, con la estrategia latinoamericanista de San Martín. Por eso el boicot sistemático de la burguesía porteña a la campaña del Libertador. El imperio español había dejado su impronta en esta región del mundo, limitada a proveer precarias materias primas, aunque de enorme rentabilidad. Se fue perfilando así un tipo de propietario rural, ligado a la exportación ganadera, sin reinversión en innovación tecnológica o industrial, y aceptando una ubicación en la división internacional del trabajo capitalista como eslabón semicolonial, de un mercado ya dominado por la potencia hegemónica del siglo XIX: Gran Bretaña.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la hegemonía se desplazó a Estados Unidos y Argentina entonces terminó de furgón de esa potencia. Más que por la fortaleza imperialista, fue por la claudicación de una burguesía rastrera, socia menor de los monopolios. Juntos (imperialismo y patrones nativos) explotan al conjunto del país y al único sujeto objetivo en condiciones de reorganizar todo sobre nuevas bases: la clase trabajadora.

Burguesías ilusorias, reales y décadas desaprovechadas

Ya perfilada una matriz capitalista dependiente, durante el siglo XX y lo que va del XXI, se registró un vaivén recurrente en la realidad política y social del país, y en consecuencia, en los debates sobre estrategia:

  • Coyunturas internacionales de crisis por caída de la tasa de ganancia, disputas interimperialistas y ofensiva sobre la periferia semicolonial. Así fue la década del 30, fines del 60 y 70, en los 90, y desde el bombazo de 2008 con la crisis de las subprime hasta ahora. No es una cronología rigurosa, sino apenas una enumeración como referencia para graficar un tipo de ciclo económico mundial con impacto en países como el nuestro.
  • Otros ciclos fueron los de expansión relativa por episodios excepcionales como la segunda posguerra en 1940 y un poco más, o los 2000 a partir de la crisis del patrón neoliberal, sobre todo en América Latina, combinado con alzas en los precios internacionales de las commodities centrales, en especial de Argentina

En el primer caso, ante esos escenarios de achicamiento del mercado mundial y la economía, la ofensiva imperialista sobre el país, más allá de resistencias obreras y populares, tuvo siempre respuestas burguesas y de sus representaciones políticas directas, similares al RIGI que analizamos al principio:

  • El Pacto Roca-Runciman (1933) de concesiones al imperialismo británico, fiscales, de hegemonía comercial y otras.
  • El Plan Presbich (1955), que impulsó la incorporación de Argentina al FMI.
  • El Rodrigazo como antesala del Plan Martínez de Hoz (1975) que incluyó devaluación, tarifazos y congelamiento de salarios. Con la dictadura genocida se consolidó el mecanismo de saqueo a través de la deuda externa.
  • El Plan Bonex, Brady y la convertibilidad bajo el menemismo (1989) que incluyó confiscación de depósitos a pequeños ahorristas, privatización de las principales empresas estatales, apertura comercial total y un salto en el endeudamiento público.
  • El programa integral del macrismo (2015) como apuesta a la restauración neoliberal.

Estos intervalos, de ataques frontales a la clase obrera y el conjunto de los sectores populares, a favor de una transferencia de riqueza en períodos de achique, siempre expresaron la decisión de las corporaciones y la burguesía local de hacernos pagar las crisis a los de abajo y normalizar un tipo de capitalismo sin concesiones sociales.

Esos ciclos se alternaron con otros de expansión relativa y viento de cola de la economía internacional:

  • El peronismo de 1946, que impulsó la industrialización del país por sustitución de importaciones y el crecimiento de la clase obrera.
  • El kirchnerismo inicial de 2003, con la suba de precios de los commodities, reactivación en base a la reducción salarial por devaluación previa y utilización de capacidad instalada ociosa, y default de la deuda externa impuesto por la rebelión de 2001.
El dictador Videla con Jimmy Carter en el Salón Oval, 1977.
Clinton recibe a Menem en la Casa Blanca, 1999.

En estos ciclos, combinados con un alza en las luchas populares, el peronismo fue portavoz de la aspiración de recrear una burguesía nacional que, pactando con la clase obrera, construyera un capitalismo de contenido social e independiente. Esa concepción terminó atando la vitalidad y fuerza social de la clase obrera a los intereses de una burguesía imaginaria, que al final siempre mostró su verdadera cara, explotadora, entreguista y sin más bandera que la rentabilidad, asociada como felpudo de las corporaciones y el imperialismo. Siempre prebendaria de subsidios estatales, nunca innovadora, nunca promotora de ninguna independencia nacional.

Con cada recaída en esa falsa ideología de capitalismo social se desaprovechó más de una oportunidad emancipatoria y revolucionaria: en los años 40 y los 70 del siglo pasado, en los 2000 de este. Como contracara, la decepción pavimentó el avance de fuerzas derechistas que ganaron adhesión sobre la base de esas frustraciones. Milei es la última y peor experiencia de esa ecuación fracasada. Por eso ahora es tiempo de ir a todo o nada.

Independencia y transición socialista

Nuestro país atravesaba, ya antes de asumir Milei, una crisis aguda. Voceros del supuesto progresismo, del peronismo, imputaban las turbulencias del país sólo a causas internacionales. Es obvio que la economía nacional es una expresión particular de la crisis capitalista internacional.

Sin embargo, el factor predominante para explicar ese declive radica en la indefensión colonial frente a los vaivenes de la anarquía del capital, sus disputas por la hegemonía y consecuencias. Ese dato revela toda la fragilidad de una economía completamente sometida. Ese carácter está dado por el control transnacional de los principales resortes soberanos del país, que la trampa de la colaboración de clases impide expropiar y, en el mejor de los casos, recomienda gestionar pactando con la burguesía.

Frente a la bancarrota nacional hay dos salidas posibles, no tres: remodelar en sentido regresivo la economía, las relaciones sociales y el régimen político y profundizar la subordinación neocolonial haciendo del país una factoría como en el siglo XIX. Es el plan de Milei. O romper todos los nudos de la dependencia y la explotación social, con una salida que no puede encabezar ningún sector burgués, porque así sean Rocca, Pagani, Bulgheroni, Eurnekian o la mejor intencionada de las pymes, aunque no son lo mismo, todos parasitan a la clase trabajadora.

Esa perspectiva que agrupe las causas en defensa del trabajo, la salud, la educación, la democracia real y todas las libertades tiene un contenido antiimperialista y anticapitalista por los intereses que afecta; socialista por el modelo en transición hacia el que requiere apuntar para consolidarse, e internacionalista por la dinámica necesaria de colaboración entre pueblos por encima de las fronteras nacionales. Esa orientación social requiere medidas muy concretas:

  • En vez de legalizar la fuga de divisas, poner corralito a la especulación: suspender el pago de la deuda externa y estatizar el sistema financiero para disponer de todo el ahorro nacional en interés de las mayorías.
  • Priorizar el acceso de la población al consumo básico, estatizar el comercio exterior, controlar socialmente qué se vende y qué se compra a otros países, sin la distorsión de la ganancia capitalista que imponen los formadores de precios.
  • Shock de inversión industrial, para reactivar toda la economía y diseñar un plan global de desarrollo, con participación directa de las y los trabajadores. Empezar por recuperar el sistema ferroviario estatal con control de su personal y usuarios.
  • Estatizar todos los servicios públicos, bajo gestión social, para garantizarlos como derechos básicos, no como negocio privado.
  • Invertir toda la carga impositiva, eliminando el IVA, el impuesto al salario y gravando en forma creciente a las grandes fortunas, corporaciones y bancos.
  • Desmantelar realmente el sistema de casta y que todo funcionario político gane como una directora de escuela, que su cargo sea revocable y esté obligado a usar la escuela y el hospital público.
  • Impulsar todos los derechos democráticos del pueblo a decidir. Elegir los jueces, fiscales y comisarios por voto popular.

Esta agenda con algunos derechos básicos urgentes implica ruptura, confrontación política, de calle y de clases, de ideas y física. Por eso requiere un tipo de programa antiimperialista, anticapitalista, socialista y de alcance internacional, empezando por los pueblos de la región. Estos propósitos suponen, además, una centralidad de la clase trabajadora como sujeto de cambio, en alianza con otros sectores populares agredidos por el capital. E implica preparar un instrumento político para ganar esa disputa, una organización de lucha de miles de profesionales de la emancipación social, del cambio del país y del mundo por la base.

Nuestra concepción y militancia revolucionaria obedece a este diagnóstico, a esas necesidades y a este sueño: de libertad social y progreso colectivo. Sin FMI, sin casta, sin corporaciones, sin delirios ultraderechistas, sin burócratas sindicales, ni sotanas ni represión. Con un gobierno de los que nunca gobernamos, los de abajo. Así de concreta, imaginamos, la independencia definitiva, que se escribe con S de socialismo.

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