El 3 de mayo de 1936, la coalición formada por el Partido Radical, el Partido Socialista (S.F.I.O) y el Partido Comunista se imponía en la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias. En el marco de una Europa convulsionada, con el fascismo consolidado en Italia y el nazismo triunfante en Alemania, la disyuntiva entre fascismo o revolución obrera determinaba toda la situación política. En este artículo aportamos una mirada histórica sobre los hechos y algunas conclusiones para contribuir a los debates que plantea la actualidad de la lucha de clases.
La oleada revolucionaria desatada a fines de la Primera Guerra Mundial, que llevó al triunfo de la Revolución rusa de 1917, no logró imponer el poder obrero y popular en ningún otro país. La traición de los partidos socialistas de la Segunda Internacional -que ya desde antes de la guerra había pasado a ser garante del sistema capitalista– por un lado y, la inmadurez de los recientemente formados Partidos Comunistas por otro, impidieron nuevos triunfos revolucionarios.
Luego de la derrota de 1923 en Alemania, el capitalismo logró cierta estabilización. Sin embargo, el crack financiero de 1929/30 precipitó una crisis histórica de la economía capitalista. El agravamiento de las condiciones de vida no sólo afectó a la clase obrera, con millones de despidos y disminución de los salarios sino, también a gran parte de la pequeña burguesía, compuesta por campesinos y pequeños comerciantes e industriales.
Fascismo o revolución obrera
El régimen democrático burgués era incapaz de hacer frente a la magnitud de la crisis; la mascarada de un Estado capaz de conciliar los intereses antagónicos de las clases en disputa no era factible en una situación donde la única salida para los capitalistas consistía en aplastar a la clase obrera para recuperar la tasa de ganancia. Al mismo tiempo, la planificación económica en la URSS, aún en manos de la burocracia, había permitido una mejora cualitativa de la economía y la producción, logrando que el crack no tuviera en el Estado Obrero, las graves consecuencias que atravesaban los países capitalistas. En ese contexto, un sector de la burguesía europea, aterrorizada por la posibilidad de una extensión de la revolución socialista, apostó a la salida fascista. La posibilidad de apelar a las fuerzas represivas del Estado era una salida arriesgada; las revoluciones de posguerra habían demostrado que en ocasiones, además de incentivar el ascenso, un sector de estas podían pasar del lado de la clase obrera. Por lo tanto el armamento de grupos de ultraderecha que atacasen las organizaciones obreras era una opción que ganaba adeptos en las clases dominantes. “La función histórica del fascismo es la de aplastar a la clase obrera, destruir sus organizaciones, ahogar la libertad política, cuando los capitalistas ya se sienten incapaces de dirigir y dominar con ayuda de la maquinaria democrática. El fascismo encuentra su material humano sobre todo en el seno de la pequeña burguesía.”(1) En la etapa imperialista, la concentración del capital tiende a destruir a los pequeños propietarios. En los períodos revolucionarios, sus capas más acomodadas suelen volcarse del lado del gran capital y las capas más empobrecidas pueden ser ganadas por la clase obrera, a condición de que esta tenga una política para ello. La Revolución rusa no hubiera sido posible, por ejemplo, si el proletariado no hubiese sido capaz de atraer a sus filas al campesinado. En la primera oleada revolucionaria los sectores medios se vieron atraídos por las fuerzas revolucionarias, sin embargo, la incapacidad de las direcciones obreras para dar una salida a la crisis precipitó a la pequeñoburguesía a las filas del fascismo.
En Italia se había producido el triunfo de Mussolini en 1922 y en Alemania, el nazismo se impuso en 1933 sin que los grandes partidos obreros presentaran pelea. Las nuevas batallas que vendrían, sobre todo en Francia y España, serían claves para determinar el futuro. La situación política estaba dominada por la polarización social y, la salida a la crisis planteaba una disyuntiva de hierro: la imposición del fascismo o la revolución obrera.
La tradición democrática y parlamentaria de Francia llevaba a no pocos sectores a considerar que el fascismo no tenía lugar en la tierra de la “libertad, igualdad y fraternidad”. Sin embargo, como la lógica de la lucha de clases siempre termina imponiéndose, también en la cuna de la revolución democrática el fascismo levantó su cabeza. La crisis económica y social, acrecentada por la corrupción de la casta dirigente, llevó a los grupos fascistas a pasar a la acción. El 6 de febrero de 1934 una movilización unificada de todos los grupos de ultraderecha intentó ocupar el palacio Borbón, sede de la Asamblea Nacional, y aunque la acción fracasó, siendo reprimida con el saldo de varios muertos, la crisis política se acentuó. El primer ministro Daladier, líder del Partido Radical, renunció y en los siguientes 18 meses se sucedieron cinco gabinetes distintos sin poder encontrar una salida.
Frente único vs Frente Popular
El movimiento obrero respondió a la jornada del 6 de febrero con masivas movilizaciones. Aunque el PS y el PC convocaron por separado, en las calles las columnas socialistas y comunistas se unificaban reclamando la unidad para frenar al fascismo. La necesidad del Frente único Obrero se ponía a la orden del día. Esta táctica había sido impulsada por la Internacional Comunista en vida de Lenin, y Trotsky la había defendido en ocasión de los sucesos de Alemania. Se basaba en el llamado a la unidad de las organizaciones obreras con dos objetivos: por un lado, responder a la necesidad y al sentimiento unitario de las masas para enfrentar los ataques de la burguesía y el fascismo y, al mismo tiempo, desenmascarar la inconsecuencia de las direcciones reformistas, fortaleciendo así la dirección revolucionaria.
El Partido Comunista francés, por el contrario, seguía en el marco de la línea del Tercer Período trazada por la III Internacional, ya controlada totalmente por el stalinismo. Ésta señalaba que el fascismo y la socialdemocracia eran dos caras de la misma moneda, denunciándolas por igual y negando cualquier tipo de unidad con ella. Esta política había llevado a la negativa de establecer el frente único de las organizaciones obreras en Alemania, facilitando el triunfo de Hitler. Esta experiencia reciente fortalecía el sentimiento unitario de las bases. Al mismo tiempo, la Internacional Comunista se preparaba para un nuevo viraje. Después del período sectario y ultraizquierdista, el stalinismo procedía a un giro de 180°: la política de los Frentes Populares, que planteaba la unidad no sólo de las organizaciones obreras, sino también con la “burguesía democrática”. De esa manera reemplazaba la política ultraizquierdista del período anterior por otra oportunista, que llevaría a los mismos trágicos resultados.
Las elecciones de 1936
Finalmente en julio de 1935 quedó constituido el Frente Popular en Francia. Su comité dirigente estaba integrado por representantes del PC, de la SFIO, de las CGT y del Partido Radical. La justificación del stalinismo para esa política era que de esa manera se permitía realizar la unión entre la clase obrera y las “capas medias”, supuestamente representadas por el Partido Radical. Sin embargo, aunque efectivamente era seguido por sectores importantes de la pequeñoburguesía, éste era el partido burgués más importante y sostén de la república burguesa francesa. Para los revolucionarios, al contrario, en la tarea clave de ganar a los sectores medios para la unidad con el proletariado, era condición el enfrentamiento a los partidos burgueses que los influenciaban y no la unidad con ellos. Mientras las masas reclamaban a las direcciones socialistas y comunistas la unidad de las filas obreras, ellas respondían llevándolas tras el partido de la burguesía. De hecho, el programa del Frente Popular era el programa radical, no el de la clase obrera, y no salía de los marcos del capitalismo.
Las elecciones dieron un contundente triunfo a la coalición que superó a la derecha en más de dos millones de votos. Sin embargo, lo fundamental del análisis consistía en que entre las fuerzas integrantes del frente, los radicales retrocedieron perdiendo 43 bancas con respecto a las elecciones de 1932. Los socialistas se mantuvieron prácticamente igual y el PC duplicó sus resultados, obteniendo un millón y medio de votos y pasando de 12 a 72 bancas. La SFIO, con dos millones de votos y 116 diputados se transformó en la fuerza mayoritaria del frente. Estos resultados expresaban la situación de radicalización del movimiento de masas, que depositaba su confianza sobre todo en los partidos obreros, empujando hacia la izquierda mientras las direcciones de esos partidos, en cambio, se orientaban hacia la derecha. León Blum, candidato del PS que había conseguido la mayoría de los votos y fue el encargado de formar gobierno, decía poco después del triunfo que “Mi gobierno no tiene el mandato ni la intención de proceder a la expropiación revolucionaria de la propiedad capitalista (…) Si esta experiencia tiene un sentido es el de probar en qué medida, hasta qué grado, es posible realizar alguna cantidad de progreso social y de igualdad humana en el interior del régimen republicano, en el interior del régimen de sociedad y de propiedad que es el de Francia.”(2) La respuesta a estos interrogantes no tardaría en llegar y de manera trágica para el movimiento obrero. Por su parte, el stalinismo soviético alertaba que “El gran éxito de los comunistas franceses puede, como un boomerang, volverse contra la colaboración franco-soviética”. (3) De esta manera advertía el peligro de espantar a la burguesía y la necesidad de hacer buena letra. Nuevamente quedaba en evidencia la supeditación de los Partidos Comunistas a las órdenes de Moscú, que tenían que ver más con garantizar las relaciones diplomáticas de la URSS con los países imperialistas -en el marco de la teoría del socialismo en un solo país – que en el desarrollo de la revolución.
Huelga y ocupaciones de fábrica
Las masas trabajadoras, en cambio, mostraron rápidamente que su esperanza no estaba puesta en el parlamentarismo y la democracia formal, sino en la lucha de clases. Antes de que se formase el nuevo gobierno, una huelga con ocupaciones de fábrica se extendió rápidamente por el país. El detonante fue el despido de algunos obreros de la fábrica de aviación Breguet, en la región del El Havre, cuyos trabajadores pararon inmediatamente la producción, ocuparon la planta y eligieron un Comité de Fábrica votado en asamblea. El ejemplo se fue extendiendo rápidamente y cientos de fábricas fueron ocupadas eligiendo sus propios comités. La producción y los servicios se paralizaron. A principios de junio cerca de dos millones de obreros y 12 mil empresas, muchas de ellas ocupadas, se encontraban en huelga. El 10 de junio, delegados metalúrgicos de 700 fábricas votaron que, de no aceptarse inmediatamente sus reclamos, exigirían al gobierno la nacionalización de las empresas y su puesta en funcionamiento bajo control obrero. Evidentemente la situación sobrepasaba las demandas puramente económicas. En junio de ese año Trotsky escribía: “Los días de febrero de 1934 marcaron la primera ofensiva seria de la contrarrevolución unificada. Los días de mayo-junio de 1936 son el signo de la primera ola poderosa de la revolución proletaria. Estos dos hitos marcan dos caminos posibles: el italiano y el ruso. La democracia parlamentaria, en nombre de la cual actúa el gobierno Blum, quedará reducida a polvo entre dos gigantescas ruedas de molino. Cualesquiera que sean de ahora en adelante las próximas etapas, las combinaciones y los reagrupamientos transitorios, los flujos y reflujos momentáneos, los episodios tácticos, no se puede elegir más que entre el fascismo y la revolución proletaria.”(4) Lo que se imponía entonces era la unificación de todos los comités de fábrica, desarrollándolos para que de embriones de poder obrero pasaran a ser verdaderos organismos soviéticos.
Los partidos del Frente Popular, consecuentes con su línea de no sobrepasar los límites del capitalismo, hicieron todo lo contrario. El 7 de junio, apenas tres días después de formar su primer gabinete, León Blum entabló negociaciones, en el Hotel Matignon, entre la CGT y la Confederación General de la Producción Francesa – la cámara patronal – que, a pesar del temor no cedía a los reclamos. El PC seguía la misma línea, su dirigente Duclos decía por esos días “Nosotros obedecemos a una doble preocupación: en primer lugar, evitar todo desorden; en segundo lugar, lograr que se entablen negociaciones lo antes posible para un arreglo rápido del conflicto.”(5)
Los acuerdos de Matignon
Mientras la huelga general se extendía y adquiría cada vez más un carácter político, las direcciones del movimiento obrero se desesperaban para lograr que la burguesía hiciera las concesiones necesarias para poder concluir el movimiento. Así, los trabajadores no encontraron una dirección que pudiera dirigir la enorme fortaleza y organización de su lucha hacia una salida que cambiara la estructura social del país. La burguesía, a fin de no perderlo todo, se decidió a otorgar algunas concesiones que fueron rápidamente festejadas por la direcciones del PS, el PC y la CGT. El máximo dirigente comunista, Maurice Thorez expresaba claramente que “Si bien es importante conducir bien un movimiento reivindicativo, hay que saber también terminarlo.” (6)
La campaña para terminar la huelga general por parte de los dirigentes, especialmente del PC, tuvo éxito y finalmente se aceptó levantar, aunque varias empresas seguirían en lucha durante algunas semanas más. A nivel de las demandas económicas, los acuerdos significaron una victoria para el proletariado. Entre otras conquistas se lograron la jornada de 40 horas semanales, aumento de salarios, la firma de convenios colectivos, vacaciones pagas y un plan de obras públicas para enfrentar la desocupación. Sin embargo, la crisis impedía llevar estas medidas a la práctica sin tocar los intereses capitalistas y el gobierno de Blum había dejado claro que no estaba dispuesto a hacerlo. Las conquistas logradas en las jornadas de mayo-junio se frustraron al poco tiempo. Los aumentos salariales fueron licuados por la devaluación del franco y el aumento de los precios, y las patronales se negaban a cumplir los otros puntos del acuerdo. A comienzos de 1937 volvieron los conflictos para hacer cumplir los acuerdos y también las movilizaciones contra las bandas fascistas que reaparecieron ante el repliegue del movimiento obrero. Esta vez fue el propio gobierno del FP el que se encargó de reprimir las protestas.
La crisis del FP y la caída de Blum
El programa reformista de León Blum mostró toda su incapacidad para hacer frente a la crisis; la quimera de otorgar concesiones a las masas sin tocar la estructura capitalista del país se estrelló contra el paredón de la realidad. En junio de 1937 el dirigente socialista presentó su renuncia y fue reemplazado por el radical Camille Chautemps, que tomó un rumbo más decidido hacia la derecha. Las huelgas y ocupaciones de fábricas se multiplicaron nuevamente provocando una nueva crisis política y la dimisión de todo el gabinete de ministros. La burguesía entonces apostó nuevamente a Daladier, que contó en un primer momento con el voto de comunistas y socialistas. Como podía esperarse el nuevo gobierno suprimió la jornada de 40 horas, volviendo a incorporar la de 48, y liquidó todas las conquistas logradas en 1936. Frente a la ola de protestas, el gobierno apeló a las fuerzas militares para intervenir fábricas, aumentó la represión policial y clausuró los periódicos obreros. La burguesía retomó la ofensiva.
El ascenso del fascismo
Como parte de la política de concesiones a la burguesía, el Frente Popular se negó a brindar ayuda para enfrentar al franquismo en España. La derrota del proletariado español abriría la puerta al avance del nazismo y el comienzo de la segunda guerra mundial. En Francia será la propia Asamblea Nacional elegida en 1936, con mayoría del Frente Popular, la que otorgará súper poderes a Philippe Pétain en julio de 1940, quien encabezará el régimen de Vichy, de colaboración con las nazis. Por su parte, la clase obrera sería la vanguardia de la resistencia y de la derrota de los nazis. Casi una década después del triunfo del Frente Popular, nuevamente la clase obrera se encontraría a la ofensiva, esta vez armada y con una burguesía sumamente debilitada. Nuevamente la política del stalinismo llevaría a las masas trabajadoras a depositar su confianza en la unidad con la burguesía, esta vez para reconstruir Europa (sobre bases capitalistas), pero eso ya es tema para otro artículo.
Lecciones de Francia
La experiencia francesa, con un potente movimiento obrero que llevó adelante las jornadas de mayo-junio de 1936 por un lado, y la política de las direcciones obreras de unidad con la burguesía por otra, son de gran valor no sólo histórico, sino también para sacar conclusiones que sirvan para preparar las nuevas batallas del pueblo trabajador. La situación actual, evidentemente no es igual a aquella, sin embargo sus lecciones son de gran utilidad. La crisis capitalista a la cual asistimos, de magnitud similar o superior a la década del 30, vuelve a plantear la imposibilidad de encontrar una salida para las masas trabajadores dentro de los límites de la estructura social capitalista. Como en aquellos años, la situación tenderá cada vez a más a una polarización entre las propuestas de la derecha y de la izquierda. Las salidas intermedias, que defienden el orden capitalista y la institucionalidad del régimen democrático burgués mientras intentan ceder alguna concesión al movimiento de masas, están condenadas al fracaso. Las direcciones de las corrientes posibilistas para las cuales el “no se puede”, “no es el momento”, “la situación no da”, es la base de argumentación para justificar el apoyo permanente a variantes burguesas parecen no haber aprendido nada de la experiencia histórica y por lo tanto conducen al movimiento de masas a un callejón sin salida. Que la derecha y extrema derecha cobre peso y sea una realidad de la situación política es parte de esta realidad, pero la magnificación de este hecho busca justificar los acuerdos de unidad con los defensores del sistema . Los grupos fascistas no tienen aún apoyo de masas. Por otro lado las respuestas del movimiento obrero cobran fuerza en todo el planeta con rebeliones y revoluciones que abarcan a todos los continentes y la perspectiva más probable es que esa dinámica se profundice en la medida que el imperialismo recurra a nuevos ataques para intentar salir de la crisis. A pesar de las diferencias, la disyuntiva será nuevamente entre la revolución socialista o el crecimiento de la ultraderecha. Lo que falta no son relaciones de fuerzas, sino una dirección revolucionaria capaz de intervenir en esos procesos con un programa y una orientación clara de desarrollo de la movilización y de los organismos democráticos de las masas en lucha. En definitiva, se trata de la pelea por terminar con el sistema capitalista, única manera de cerrar el paso a la derecha y el fascismo.
Notas
1 – León Trotsky. “A dónde va Francia”, octubre de 1934.
2 – Citado en “El Frente Popular en Francia”, de Hugo Moreno.
3 – Ídem.
4 – L. Trotsky. “A dónde va Francia”, junio de 1936.
5 – Citado en “El Frente Popular en Francia”, de Hugo Moreno.
6 – Ídem .