jueves, 2 mayo 2024 - 22:39

Recuerdos de la resistencia. Arte y cultura bajo la dictadura

“Existe una afinidad fundamental entre la obra de arte y el acto de resistencia. Como dice Malraux: el arte es lo único que resiste la muerte” (Gilles Deleuze)

Al asumir en 1976, la Junta Militar informó que llevaría adelante un proceso de reorganización nacional. Así presentaron los terroristas de Estado su plan sistemático de desapariciones forzadas, tortura, muerte y saqueo del país ante un momento de ascenso revolucionario nacional y americano. Pero como pasa casi siempre con lo que nos dicen los gobiernos, sólo la “letra chica” aclara lo que ocultan sus comunicados.

Estos acontecimientos graficaron al detalle la teoría de Althusser: pusieron en marcha el aparato represivo cuerpo a cuerpo, secuestro a secuestro, robo a robo, y además fueron contra todo el andamiaje simbólico, teórico, cultural y artístico que obstaculizara su plan de muerte.

Sin embargo, no era novedosa su estrategia. Ya en el primer mensaje de Onganía luego del golpe del ’66 afirmaba que “si queremos conservar nuestra fisonomía de sociedad civilizada y libre y los valores esenciales de nuestro estilo de vida… unámonos alrededor de los grandes principios de nuestra tradición occidental y cristiana”. He ahí la columna que vertebró esta ideología: familia, tradición, dios y patria.

Cabe destacar que el prólogo político y represivo contra el ascenso de las juventudes inmersas en los aires de la revolución cubana, el Mayo francés y el propio Cordobazo fue aquí la nefasta Triple A, comandada por López Rega bajo el gobierno de Perón y su esposa Isabel.

En octubre de 1977, el Estado Mayor del Ejército elaboró su Informe Especial N° 10 donde confirmaba su objetivo de “estructurar un sistema integral que niegue el accionar subversivo y asegure la plena vigencia de la propia cultura nacional”. Para ello disponía de organismos y entes oficiales distribuidos en todo el territorio. Este informe problematiza dos cuestiones: la potencialidad y alcance en el tiempo de las ideas transgresoras y la necesidad de centralizar el monitoreo y control de todas las manifestaciones peligrosas.

Respecto del primer punto, las FF.AA. asumen como principal enemigo al marxismo en todas sus expresiones y en segundo término a un ente más general al que llaman lo subversivo. Consideraban que el accionar directo, los secuestros, desapariciones, torturas, fusilamientos, no podían subsistir por mucho tiempo, mientras que lo ideológico, si se planeaba con profundidad y al detalle, podría perdurar a futuro.

Para centralizar el control definieron dos ministerios: el de Cultura y Educación, y el de Interior. Uno a cargo de planificar el monitoreo y el otro para supervisar los medios de comunicación. A la vez, todo el aparato de inteligencia (SIDE y demás “servicios” de las fuerzas armadas y policiales) fue puesto en función de investigar no sólo a activistas sino también a artistas, intelectuales, docentes, comunicadores. Una maquinaria aceitada con el único propósito de arrancar de raíz cualquier indicio de rebeldía, oposición, resistencia al régimen de facto y a su proyecto de una “nueva nación”.

El Informe Especial decía: el Ministerio de Cultura y Educación y el de Interior “coordinan e integran en sus áreas la responsabilidad a los Ministerios de Planeamiento, Justicia, Relaciones Exteriores, SIDE, Aduana, ENCOTEL, etc. Mientras que los comandos en Jefe y sus respectivos Estados mayores prestarían su apoyo y asesoramiento cada uno”[1].

Grado de congelamiento

Entre las décadas del ’60 y ’70 la industria librera era pujante. La porteña avenida Corrientes era un festín de librerías con variedad y cantidad de publicaciones. Todas las actividades relacionadas eran un nicho laboral y de reconocimiento social destacado: correctores, imprenteros, traductores, distribuidores, vendedores. Durante 1974 se imprimieron 50 millones de ejemplares. Pero la curva inició su descenso ya desde 1975 con 41 millones, 37 millones en 1976 y 17 millones en 1979.

Al decir de Rodolfo Walsh en su imprescindible Carta abierta a la Junta militar: “Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar ‘el país’, han sido ustedes más afortunados. Un descenso del producto bruto que orilla el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.

“Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones argentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras en secreto se elevan los propios sueldos militares a partir de febrero en un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar”.

Controlar lo ideológico y destruir el aparato productivo fueron dos caras del mismo plan dictatorial. Las editoriales, al saber que sus títulos estaban en las listas negras, se encargaban de eliminarlos antes de que fuesen descubiertos. Así cuenta en una anécdota Carlos Firpo, imprentero y jefe de redacción de Granica: “Desde el exilio el director volvió a insistir en que había que desprenderse de toda la bibliografía… Así que lo que hicimos fue cargar el material en camiones y llevarlo a lo de un imprentero amigo que los guillotinaba, Las cargas eran de día, a media mañana, y el riesgo era enorme, temblábamos pensando que pasaba si por casualidad paraba un patrullero. De la imprenta iban a un molino donde convertían todo en pasta de papel”.

Editoriales, libros y autores tachados

La lista es extensa pero a veces las “intervenciones” de los órganos pertinentes incluían argumentos que salvaguardaban las bondades de los escritores, su estilo: sólo apuntaban contra el contenido. La editorial La Flor, que había empezado casi como una cooperativa con pocos recursos, creció gracias a Mafalda y los humoristas gráficos como Fontanarrosa. Pero una publicación para niños que había llegado hasta la casa de un militar, la puso en el centro de la censura. Era Cinco dedos, una traducción de un cuento alemán en el que una mano verde persigue los dedos de otra mano roja que, para defenderse y vencer, se une y forma un puño, un puño rojo.

Lo mismo ocurrió con la novela de Griselda Gambaro Ganarse la muerte. En el informe se afirmaba: “Divide a la sociedad en torturados y torturadores, así como también y en forma sarcástica, entre gente superior e inferior, también y de la misma forma entre civiles y militares. Ataca e ironiza a los ricos”.

Otro tanto sufrieron Eudeba y el Centro Editor de América Latina. Las persecuciones a Enrique Medina, Hugo Gambini, Laura Devetach, entre muchos otros y otras, quedaron registrados en esos documentos del gobierno militar sobre el monitoreo a personas y obras. La lista de poetas, ensayistas, periodistas, novelistas, editores guionistas desaparecidos y violentados por el régimen es larga, destacándose entre ellos íconos de la resistencia como Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y Paco Urondo.

Las tablas que resisten

El teatro griego nació con dos variantes: la tragedia con su tono dramático y aleccionador, y la comedia con que el pueblo se burlaba y criticaba a gobernantes y burócratas. Algo de esa tradición perdura en el teatro actual. En la Argentina y luego de su desarrollo con los Podestá, en la década del ’30 Leónidas Barletta fundó El Teatro del Pueblo: el primer teatro independiente, donde estrenaría sus obras Roberto Arlt.

En 1977 Tato Pavlosky había presentado su obra Telarañas, que abordaba las conductas totalitarias en el seno de la familia. Desde la Dirección de Cultura de la Nación le “pidieron” que levantaran las funciones…

En su texto de introducción sobre Teatro Abierto, Roberto Cossa cuenta que hacia fines de 1980 el régimen militar estaba agotado: “la sociedad argentina estaba reponiéndose del plan de exterminio pero los mecanismos de represión y censura persistían. Hasta fines de los 80 sólo las Madres de la Plaza de Mayo desafiaban al régimen con su rito semanal… era evidente que la actitud de la ciudadanía comenzaba a cambiar, en síntomas de resistencia aparecieron las huelgas aisladas, las protestas populares focalizadas y las primeras reacciones de la prensa independiente”. La censura oficial derramaba más censura. En muchos casos las obras “comprometidas” eran censuradas por los empresarios, que preferían llenar las grandes salas con comedias intrascendentes pero dejaban afuera toda obra que siquiera rozara algún ideario político.

“Y era en los pequeños teatros de arte donde aparecían los mayores riesgos, pero cada estreno estaba cargado de nerviosismo, de desconfianza e inseguridad, mucho más si el espectáculo tenía una intencionalidad política o social. Lógicamente, no se produjeron a partir de 1976 obras que atacaran directamente al gobierno militar, pero hubo algunas cuya lectura era inocultablemente antifascista. El régimen las dejó pasar con su tradicional estrategia de no prohibir aquello que no tenía notoriedad, que sólo llegaba a los convencidos. Los ingenuos estaban resguardados por una censura que impedía cualquier desliz en los medios masivos de comunicación, tales como la televisión o el cine”.

En 1981 nace Teatro Abierto, resistencia cultural en cuya gestación también participaron artistas vinculados al PST, como Héctor Bidonde y Alberto Sava: “Por eso Teatro Abierto pudo ser soñado y pudo nacer. Cuando el régimen tomó conciencia de que era un hecho significativo envió un comando de represores para que incendiara la sala, el Teatro del Picadero, donde se estaba desarrollando. Todo lo que logró fue convertir a Teatro Abierto en un fenómeno político, en un acto masivo de resistencia. Porque Teatro Abierto nació como un delirio de las catacumbas y terminó compartiendo las luces de la notoria calle Corrientes, lo que demuestra que las cosas no salen siempre como los poderosos lo escriben de antemano. A los militares argentinos, por ejemplo, tan expertos en armas, con Teatro Abierto el tiro les salió por la culata”.

Con el as de espada nos domina / y con el de bastos entra a dar y a dar…

Ser joven durante los años de la dictadura era ya ser sospechoso. Más aún si el aspecto remitía a la estética hippie. Las razzias eran los operativos comunes a la salida de algún recital, partido de fútbol o simplemente a los colectivos.

La música no escapaba a las generales de la ley, aunque en menor grado que los libros, librerías editoriales, imprentas o medios masivos. Sin embargo el rock y el folclore, que habían incluido en sus repertorios letras alusivas a las revoluciones latinoamericanas y la rebeldía de la clase campesina y trabajadora, estaban en la mira. Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Víctor Jara, Horacio Guaraní, César Isella, Ariel Ramírez, son algunos de los nombres entre los prohibidos. La reconocida cantante Mercedes Sosa, ligada al PC, ya amenazada antes por la Triple A, se tuvo que exiliar en 1979. Me gusta ese tajo de Spinetta y Viernes 3 am de Charly, censurados. León Gieco fue monitoreado desde cerca y sufrió todo tipo de amenazas hasta su exilio, como en la mayoría de los casos de cantautores. Tema de los mosquitos y Canción de amor para Francisca, fuera de circulación.

En un trabajo de investigación, el músico Alejandro Bofelli expresa: “León Gieco conoció el arresto de inmediato, cuando unos días antes del asesinato del jefe de la policía, Alberto Villar, cantó por canal 7 una canción titulada ‘John, el cowboy’. La letra contaba la historia de un vaquero que irrumpía en un pueblo del lejano oeste y mataba al sheriff, al juez y al cura, repartiendo luego el dinero mal habido por la autoridad entre el pueblo. El gobierno argentino supuso que el tema contenía un mensaje cifrado para matar a Villar. En otra oportunidad, en el verano de 1978, una mujer llamó a León a su casa y lo advirtió: ‘Anda con cuidado, yo sé lo que te digo… para qué arriesgar a tu hija… Estos tipos son peligrosos, no se detienen ante nada’. El Secretario de Cultura de la Nación, Raúl Máximo Crespo Montes, en 1980 citó a León Gieco luego de una presentación a beneficio de los profesores cesanteados de la Universidad de Luján. Lo citó en su despacho y le dijo: ‘Ud. anda cantando por ahí que queremos cerrar facultades y que Cachito llegó de Corrientes para pelear en una guerra injusta que Dios debería impedir’… ‘Son canciones diferentes’, respondió Gieco. Y poniendo un revolver sobre la mesa, el general continuó: ‘Mire, Gieco, conmigo no se haga el vivo. Le juro que si usted vuelve a cantar canciones de protesta, yo personalmente me encargaré de pegarle un tiro en la cabeza, ¿entendió?’.”

Agrupar resistencia con formato artístico

Uno de los nudos del proceso era evitar las reuniones, los encuentros. He aquí la creatividad de muchas organizaciones para romper esta limitación dictatorial, con distintas iniciativas.

En las filas del trotskista PST de la zona sur del conurbano bonaerense, en Quilmes, un grupo de activistas del partido sumados a otres independientes, impulsaron una herramienta gráfica: una revista con temática cultural convocando a todas, todos adolescentes y jóvenes a ser parte de la misma. Propuesta para la juventud surgía en 1977 a cargo de Eduardo Mancini, alias Lito. La revista incluía columnas de literatura, cine, teatro, discografía, reportajes. Se destacaba una sección hecha de y para las mujeres. Salía todos los meses y se vendía en puestos de diarios en casi todo el país. Se publicaron 22 números entre 1977 y 1980. Muchos colaboradores y columnistas dejaron sus trazos e ideas en ella, como por ejemplo Enrique Symns.

En 1979, en Rosario, cuatro pibes fundan un grupo de experimentación artística: Carlos Luchese, Alejandro Beretta, José Luis Aguilera y Guillermo Giampietro. Querían escandalizar la escena rosarina con total libertad de acción para sus perfomances. Así nació el grupo teatral Cucaño. La noticia corrió entre las y los adolescentes, y algunos se sumaron al conjunto original. Eran multifacéticos y en un documental que los muestra casi treinta años más tarde relatan que todos hacían de todo: cantar, interpretar, dramatizar, dibujar. Atravesados por el Manifiesto surrealista de Bréton y Trotsky, más los programas televisivos de época, su estética y ética los transforma en un grupo militante de rupture cultural y política.

En una de sus presentaciones, en la sala Mateo Booz, emulan la toma del Palacio de Invierno durante la Revolución Rusa. La intervención arrancaba desde el mismo ingreso y al llegar al enorme salón uno de los artistas leía un “comunicado” apelando a abandonar el lugar a causa de una infestación masiva de liendres. Las y los espectadores seguían las instrucciones. Bajaron hacia la entrada del lugar donde a continuación se desarrollaba parte de la obra que finalizaba agitando la “toma del palacio”… que era la propia sala. Y eso hizo la gente, con lo que el desborde se llevó más de una butaca y un par de roturas. Valga como ejemplo de tantas otras acciones de este colectivo, ligado también al PST a través de algunos integrantes.

Los totalitarismos siempre buscan borrar de los pueblos sus manifestaciones culturales, intelectuales, artísticas porque en ellas germina la denuncia, el espíritu de cambio, la transformación hacia algo más justo. La última dictadura militar en la Argentina hizo todos los esfuerzos para lograrlo. Pero en las calles, las y los trabajadores junto a la juventud, le dijeron basta y le bajaron definitivamente el telón.

Diana Thom


[1] Invernizzi Hernán y Gociol Judith; Un golpe a los libros, Eudeba, 2015. Las citas posteriores son del mismo texto.

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