sábado, 21 diciembre 2024 - 11:37

A 40 años del Nunca Más. La lucha continúa

El 20 de septiembre de 1984, el escritor Ernesto Sábato le entregó al entonces presidente Raúl Alfonsín el informe de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), titulado Nunca Más.

En aquel momento, las terroríficas huellas de la última dictadura cívico-militar se empezaban a develar. Pero los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio; los “vuelos de la muerte”, el robo de bebés y tantos otros delitos de lesa humanidad no habían salido del todo a la luz pública.

Como la política de Alfonsín era limitar los juicios por dichos crímenes a las tres primeras de las cuatro juntas militares de la dictadura genocida, necesitaba encauzar de algún modo el reclamo de justicia que crecía en la sociedad argentina. Por eso en diciembre de 1983 formó la CONADEP, a través del decreto 187, para recopilar denuncias y testimonios de familiares, amigos y compañeros de las víctimas directas de la represión.

La integraron diez personalidades y tres diputados de la UCR, ya que el PJ se negó a formar parte: Ernesto Sábato, Eduardo Rabossi, Gregorio Klimovsky, Hilario Fernández Long, Marshall Meyer, Ricardo Colombres, Jaime de Nevares, Magdalena Ruiz Guiñazú, René Favaloro y Carlos Gattinoni, junto a los diputados López, Piucill y Huarte. Luego se sumó como secretaria Graciela Fernández Meijide, que al igual que otros miembros integraba la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y cuyo hijo era desaparecido.

La CONADEP tenía un plazo de seis meses para culminar su tarea, pero tuvieron que extenderlo tres meses más por la enorme cantidad de denuncias recibidas. La noche del 19 de septiembre, día previo a entregar el informe, integrantes y trabajadores de la Comisión durmieron en el Centro Cultural San Martín para resguardarlo. Cuando lo entregó, Sábato leyó: “En nombre de la ‘seguridad nacional’, miles y miles de seres humanos, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una categoría tétrica y hasta fantasmal: la de los desaparecidos, palabra -¡triste privilegio argentino!-  que hoy se escribe en castellano en toda la prensa del mundo.”

Los grises de aquellos tiempos 

En apenas nueve meses de trabajo, el Nunca Más recogió denuncias sobre la desaparición, tortura y asesinato de 8.961 personas. Pese a ser parcial en tiempo y en ámbito geográfico, el texto es una pieza clave para la defensa de los derechos humanos que había violado el propio Estado argentino. Se utiliza como libro de texto en el sistema educativo y fue traducido a numerosos idiomas.

Como dice Sábato en el prólogo: “Después de haber recibido varios miles de declaraciones y testimonios, de haber verificado o determinado la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención y de acumular más de cincuenta mil páginas documentales, tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje”. Y en cuanto al número, agregaba: “tenemos todas las razones para suponer una cifra más alta, porque muchas familias vacilaron en denunciar los secuestros por temor a represalias. Y aún vacilan, por temor a un resurgimiento de estas fuerzas del mal”.

A pesar de esta contundencia, allí también afirma que “durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”. Es decir, se reproduce la denominada teoría de los dos demonios, que equivocada y malintencionadamente habla de una guerra e iguala las acciones de las organizaciones guerrilleras al terrorismo de Estado.

Otra falencia del Nunca Más, reconocida varios años después por el rabino Meyer al activista Carlos Jáuregui, es que por presión de la Iglesia Católica sobre la APDH se omitió en el informe la identidad LGBT de alrededor de 400 activistas. 

Como producto del Nunca Más comenzaron a abrirse juicios contra los represores, Alfonsín hizo aprobar en el Congreso las nefastas leyes de impunidad: el Punto Final en 1986 y la Obediencia Debida en 1987. Pero la continuidad de la lucha democrática de los organismos de derechos humanos, siempre acompañados por la izquierda, más el empuje de la rebelión popular de diciembre de 2001, llevaron a que en 2003 se lograra anular ambas leyes, reabrir los juicios y luego condenar a cientos de genocidas: un logro único a nivel internacional.

En las sucesivas reediciones del libro Nunca Más, en 2006 bajo el gobierno de Néstor Kirchner se corrigió el prólogo y luego, no por casualidad, Mauricio Macri volvió al texto equivocado original. Por eso insistimos en que no fue una guerra ni hubo dos demonios: fue un genocidio.

Libertad… para reivindicar a la dictadura

Después de décadas de lucha por memoria, verdad y justicia, hoy enfrentamos a un gobierno nacional de ultraderecha que niega a les 30.000 y el genocidio, a la vez que reivindica a la dictadura. No sólo desmantela las políticas públicas de memoria, sino que sus diputados hasta visitan en prisión a genocidas condenados.

El prólogo del Nunca Más mencionaba cómo los militares llamaban a los luchadores: “marxismo leninismo, apátridas, materialistas y ateos, enemigos de los valores occidentales y cristianos”. Es similar a cómo Milei ataca hoy el marxismo cultural y defiende los famosos valores occidentales. 

Pero el escándalo que provocó la visita de los diputados de La Libertad Avanza al penal de Ezeiza confirma que en la sociedad argentina existen importantes reservas democráticas. En realidad, deberían ser separados ya mismo de sus cargos. De ninguna manera pueden ser representantes democráticos quienes con su acción apoyan a asesinos seriales, torturadores y apropiadores de bebés.

Y esta no es una cuestión del pasado. La defensa oficial de la represión de ayer va de la mano con el endurecimiento de la represión de hoy contra la protesta social y los sectores opositores. Por eso la defensa de los derechos humanos es una bandera a seguir levantando gobierne quien gobierne

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