Hace 20 años en nuestro país se produjo una rebelión que moldeó todas las discusiones políticas hasta el presente. El 20 de diciembre de 2001, tras un 19 caliente y una previa de luchas que se venían dando con anterioridad, Fernando de la Rúa abandonó el gobierno producto de la presión ejercida por la movilización popular. Aquella imagen de un presidente despegando de un helicóptero demostró las fuerzas de las calles para detener modelos económicos y políticos diseñados por el FMI. Hoy, a las nuevas generaciones de militantes revolucionarios nos queda la tarea de retomar aquellas jornadas, peinando a contrapelo la historia para rescatar lo mejor de ella y advertir las faltas que presentó la izquierda revolucionaria.
Un breve repaso de los motivos del estallido
En diciembre de 2001 lo que funcionó como elemento detonante, a nivel general en términos económicos, fueron las políticas impuestas por el FMI. Al igual que ahora el organismo imperialista digitaba la economía del país. El presidente de la Rúa había acentuado el rol del mismo tras la adquisición de un crédito de U$S 40.000 millones (blindaje) y, con la llegada de Cavallo como ministro de Economía, la firma del acuerdo del “mega-canje”[1]. Ambas medidas acentuaban el modelo de la llamada convertibilidad. Un modelo conocido como “una autopista para la sangría de los recursos del país que hizo posible, detrás de la ilusión de un dólar un peso, un ataque directo a la soberanía monetaria, a una parte sustancial de la industria estratégica, ya sea con su desmantelamiento o su desguace y privatización a precio de gallina flaca”[2].
La última chispa que desató la furia de las masas en el país fue el tan famoso corralito. De esta forma, la bronca de los trabajadores ajustados y despedidos, más la de los piqueteros, ahora confluía con la de los pequeños ahorristas que habían visto confiscados sus ahorros. El mapa social del momento, para graficar en números la situación, contaba con índices que marcaban un poco más del 40% de pobreza y un poco más del 17% de desocupación.
Sumado a esta enumeración de los motivos económicos, también tallaban los políticos. Aquí se conjugaron aspectos que desgastaban el caudal político del gobierno. En primer lugar, vale recalcar la derrota electoral sufrida en el mismo año en donde se dilapidaron 5 millones de votos y donde el electorado solo votaría en un 51% de forma afirmativa. Además, la lucha de clases iba en crecimiento. Los cortes de rutas y los paros, a pesar de la resistencia de la burocracia iban derritiendo una figura presidencial y su proyecto político.
Con estos fundamentos es que se desató una sensación de bronca constante que emergía por abajo. Las decisiones tomadas por aquel gobierno de la Alianza fueron las que colmaron una paciencia del movimiento de masas, golpeado anteriormente por el período del menemismo y en ese entonces defraudado por quienes dijeron venían a recuperar a un país saqueado.
El signo del estallido y una reconfiguración de régimen
Aquellas jornadas denominadas como La revolución de las cacerolas,[3]que comenzaron el 19 de diciembre con una confrontación directa con las fuerzas represivas terminaron con la eyección del presidente del momento del sillón de Rivadavia y configuraron un antes y un después para el país. No solo fue uno, sino cuatro los presidentes que producto del nivel de movilización existente en esta semi-insurrección se vieron despedidos del cargo presidencial. Fueron tiempos donde el régimen político no encontraba equilibrio alguno. Toda la dirigencia de los partidos tradicionales desconfiaba de sí misma, había sido sorprendida por la política de los de abajo. Y claro, fue la fecha de muerte para el bipartidismo, con un radicalismo que persistió moribundo hasta hace unos años.
El aprendizaje era a dos bandas. Por un lado, el movimiento de masas desarrollaba elementos embrionarios de doble poder a través de las asambleas que se daban en los distintos barrios de AMBA y muchos lugares más del país. De forma paralela, los administradores de los negocios burgueses buscaban normalizar un país prendido fuego que presentó elementos de confrontación directa donde la calle era el teatro de operaciones.
Con el bipartidismo muerto, el PJ era la única salida institucional. El partido “promotor” de la igualdad social, lejos de apoyar la movilización popular funcionó como garante del capital. Fue Duhalde el personaje encargado de liquidar por medio de la fuerza (fue el responsable político del asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en el puente Pueyrredón), con la colaboración de la CGT, la resistencia popular. De esta forma se hizo pasar la megadevaluación de un 30% del poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones, dando paso a un proceso electoral que se adelantó para no provocar nuevos choques directos.
Así se abrió paso a un nuevo ciclo del peronismo (coalicionista) en el gobierno, de la mano de Néstor Kirchner, quien fue el responsable de normalizar al país. Con el ajuste hecho por su antecesor, el gobernador del sur fue quien restituyó, junto al gobierno de su esposa Cristina Fernández, la institución de la presidencia que se había hecho añicos en estos años de rebelión. La bonanza de los precios de las materias primas fue el elemento que les permitió un repunte económico pero que, lejos de desterrar aquel modelo por el que el país explotó, se profundizó. Se perpetuó la estructura reprimarizadora de la economía, además de sostener el modelo neocolonial que impone el mecanismo de la deuda externa. Mientras que con la gesta histórica iniciada en 2001 se había obligado a Rodriguez Saá a declarar el default de la misma, los gobiernos de Néstor como el de Cristina, fueron los que se llevaron el mote, impuesto por ellos mismos, de “pagadores seriales”.
Lo que sigue es la historia reciente que presenciamos. Donde como novedad está la llegada al poder en 2015 de una fuerza de derecha como la del PRO, fundado por Mauricio Macri. Fuerza política que, en alianza con lo radicales, además de profundizar aún más los elementos de una economía atrasada heredada del kirchnerismo trajo nuevamente al Fondo Monetario Internacional al país. Como aquel gobierno de la Alianza intentó aplicar contrarreformas jubilatorias, laborales e impositivas; pero las jornadas de diciembre de 2017 fueron las que reavivaron el fantasma del 2001. Desde ese entonces los cambiemistas de las “reformas permanentes”, se convirtieron en ortodoxos del gradualismo que terminaron su gobierno con un desprecio popular notable.
El 2001, hoy: nuestros desafíos
Toda la potencia que manifestó el 2001 sufrió la injerencia ideológica del autonomismo. El título de una obra de sus referentes por entonces, Cambiar el mundo sin tomar el poder (de John Holloway) sintetizó una estrategia que evaporó la fuerza revolucionaria. De esta forma las asambleas, tiempo después de las jornadas remarcadas perdieron su contenido y en muchos casos fueron cooptadas por organizaciones que después se constituirían como “organizaciones sociales” ligadas al nuevo peronismo. Sin embargo, el derrotero de los proyectos embrionarios de doble poder no tuvieron ese viraje de por sí. Además de lo dicho es necesario resaltar el rol de la izquierda. Por aquel entonces, no funcionó como polo de referencia para convertirse en alternativa política real. Ese yerro político fue uno de los elementos significativos para la atomización que sufrió ese nivel de movilización.
A 20 años de aquella gesta esta es la conclusión más importante que tenemos que sacar las nuevas generaciones de militantes de la izquierda revolucionaria. Es por eso que, como lo venimos haciendo desde el MST en el Frente de Izquierda Unidad abonamos a la construcción de una herramienta política grande que dispute el poder político del país, al servicio de la clase trabajadora y los sectores populares. El desarrollo del frente electoral este año ha tenido un impulso cualitativo logrando elecciones históricas, el paso siguiente es seguir fortaleciendo su implantación como frente político en la lucha de clases y en un gran movimiento político que vaya más allá de lo electoral, con nuestro programa anticapitalista y socialista y generando convocatorias a la izquierda social y a referentes independientes. Alcanzar tal estadio es una tarea primordial para tiempos en donde la realidad se empieza a emparejar de forma singular con el 2001, y dónde más que nunca tenemos que luchar por la perspectiva de un gobierno de los trabajadores.
La convocatoria a la plaza de Mayo contra el FMI demuestra el potencial que existe en la izquierda para ser una verdadera alternativa que pueda organizar a miles de militantes y cuadros políticos en la lucha contra las políticas de ajuste. Figurar en la vanguardia de toda lucha que aparezca en el corto plazo, como lo es ahora la gran hazaña del pueblo chubutense contra la Ley de Zonificación minera, es la forma de llegar fortalecidos a los episodios donde la historia se comienza a escribir.
Contra la insoportable propaganda del posibilismo que machaca en la imposibilidad de conquistar un futuro sin pagar la deuda externa ilegítima y tener una vida digna con trabajo de igual calificativo, es necesario recuperar la memoria de los mártires del 2001. Esta memoria, lejos de la estatización de la fecha que promueve el gobierno, tiene que funcionar como un elemento al servicio del combate contra los verdugos del presente.
[1] Se conocía como “mega-canje” al acuerdo con el FMI para establecer una postergación de pagos por 3 años de plazo, a condición de una suba de intereses y el valor total de la deuda.
[2] A 20 años del Argentinazo. Lecciones y perspectivas de un proceso revolucionario
[3] La revolución de las cacerolas. Correspondencia Internacional, Alejandro Bodart.