miércoles, 28 mayo 2025 - 21:39

Entrevista a Elia Espen. “Si seguimos reclamando y luchando, algún día se sabrá bien la verdad, no  tengo dudas”

Entrevista extraída de la edición impresa mensual de Alternativa Socialista Nº. 858.

Elia Espen es una incansable defensora de los Derechos Humanos en Argentina. Miembro de Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora y del Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. Su lucha comenzó el 18 de febrero de 1977, cuando su hijo, Hugo Miedan Espen, fue secuestrado por un grupo de tareas de la dictadura cívico-militar.

Tenía 27 años, estudiaba arquitectura y trabajaba como empleado. Desde entonces, Elia no ha dejado de alzar la voz por él y por los miles de desaparecidos que dejó el terrorismo de Estado.

A lo largo de los años, su compromiso se mantuvo firme: marchó cada jueves en Plaza de Mayo, denunció la impunidad y acompañó cada juicio por delitos de lesa humanidad. En esta entrevista, Elia repasa su historia personal y colectiva, y reflexiona sobre la memoria, la justicia y la lucha que sigue vigente.

V.G: Elia, ante todo gracias por darnos tu tiempo. Para empezar, te queremos preguntar: ¿Cómo fueron los primeros momentos en el ’77 con la desaparición de Hugo y cómo impacta  en tu familia?

E.E: El asunto empezó así: mi hijo estaba estudiando en 4to año de arquitectura. Aparte trabajaba en la editorial El Derecho. Siempre hablábamos de todo, como es común, de lo que pasaba en el país. Pienso que todo el mundo lo hacía. Bueno, la cuestión es que ese día, el 18 de febrero de 1977, Hugo salió de casa. Le pregunté si iba a volver a comer. “No sé mamá. Tenemos que hablar con unos muchachos”. Y te imaginás, yo a un muchacho de 27 años, no voy a andar cuidando si sale o no sale.

Mis dos chicas más chicas, una de 11 años y la otra de 22 años, estaban durmiendo. Fui al almacén que estaba frente a mi casa y cerré la puerta con llave. Y me dice la señora del almacén “Elia, me parece que está pasando algo en tu casa”, “¿En mi casa? ¿Qué está pasando?”.

Me asomo y estaban los coches de los militares. Habían cortado de esquina a esquina, y se  habían metido en mi casa. Corro para entrar a mi casa, y me agarra de un brazo un tipo, y me dice “Pará”. Y yo le digo “¿Pará qué?”. Me agarró de los hombros y me subió por la escalera. Mis hijas dormían en la habitación de arriba, y de un empujón me senté en la cama donde estaban ellas. Estaban llorando, pero nos quedamos calladas.

Después, me empezó a bajar por la escalera. Me llevaba de los hombros atrás mío, me decía “te largo, te largo”. Fue un sufrimiento espantoso  bajar. Y ahí me metió en mi pieza. Estaba toda revuelta, toda la ropa, todo el ropero, todo. Me volvió a empujar y me sentó en una silla. Yo ni hablaba, no decía nada, estaba escuchando.Escuché que hacía un ruido raro. Yo tenía un pianito, una cajita de música, de joyero, y cuando sentí que revolvía en ese pianito, me saqué la venda de los ojos. Ahí me dio una trompada en el oído derecho, que hizo que no escuche más de ese oído, hasta el día de hoy. Y le digo “¿Qué buscas?”, así, yo toda suavecita. Me hace gestos con la cara. “Mirá, te vas allá afuera te paras ahí y esperas que yo me vaya”, me dice. Salí de mi habitación, y esperé que se vaya. Cuando se fue, subí corriendo a ver a mis hijas.

V.G: ¿Qué les habían hecho?

E.E: A la de 11 años, la habían manoseado toda, un desastre pobrecita. A la más grande, también, pero ya al ser más grande, lo tomaba de otra manera. Les digo, “bueno, ustedes se quedan tranquilas acá, quietitas, yo les voy a preparar un té y se los traigo”.

Preparé el desayuno para mis hijas. Les digo “bueno, ahora se van a calmar, y van a tomar el desayuno y después hablamos”. “No, no, no, no”, me hace la más chica. “¿Pero por qué  no?”, agachaba la cabeza, como que le daba vergüenza. Ahí me contaron cómo las había manoseado este maldito que fue el que me llevó  a mí.

V.G: ¿Y qué había pasado en el resto de la casa?

E.E: Bajé, y me puse a mirar mi habitación y el  comedor, que estaba al lado. Era un desastre. Me habían sacado todo del ropero, todo, todo, pantalones, camperas, todo. Todo afuera. Después revisando las cosas, ordenando, me di cuenta de todo lo que me faltaba. Se llevaronpantalones, camperas… Todo lo que les pudo servir, se lo llevaron. La habitación de mi hijo estaba al lado de la de ellas, y era también un desastre. Sacaron todo, rompieron todo, no te imaginás.

V.G: ¿Fuiste a denunciar lo que pasó?

E.E: Después de calmar a las chicas, me fui a hablar con la señora del almacén. Le digo “perdóname, pero ¿qué viste vos?”, “el coche” -dice ella le dio otro nombre no sé- “el jeep, del ejército, que cortó de esquina a esquina, estaban en tu casa. ¿Para qué fueron?”. “No sé, la verdad es que no sé, no tengo la menor idea”. Pero como se habían robado tantas cosas, principalmente, las cosas que me había mandado mi abuela de Italia, que fue lo que más sentí…

Al día siguiente, o dos días pasaron, me fui a la comisaría, que la tenía a 4 cuadras de mi casa. El tipo que me atendió en la Comisaría me pregunta a qué venía, “vengo a hacer una denuncia, por esto y por esto…”, por todo lo que te he contado.

Se sentó, y empezó a escribir a mano. Me iba preguntando y yo le iba contestando. En un momento entra otro tipo, no sé qué sería, policía era, pero no sé el cargo, y habla con él. El tipo levanta lo que estaba escribiendo, y empezó a preguntar así por preguntarme nada más. Ahí terminó la cosa. Después me enteré que vecinos, que vieron desde afuera lo que estaba pasando, llamaron a la policía. Pero nunca vino nadie.

V.G: Claro, ¿y a dónde fuiste a buscar a Hugo?

E.E: Yo pienso qué voy a hacer. Porque a toda la gente que preguntaba, a los vecinos que preguntaba, nadie me decía nada, nadie sabía nada. Escuché, mirá vos lo que son las cosas, que había gente desaparecida, te estoy hablando, de montonazo de años atrás. Y que la gente iba a una sala que tenía el Ejército en la cual te atendían y vos podías decir que faltaba tu hijo, tu hija, lo que sea. El que me atendió fue Videla. Claro, yo no los conocía, pero él se presentó. Después yo, más adelante, entendí quién era cuando otra persona me mostró la foto.

Empezó a preguntarme que quién era yo, que quién era mi hijo, y usted por qué viene. Era muy soberbio. Le digo, “vengo porque hice una denuncia en la comisaría, por el maltrato que tuvimos, de lo que nos robaron…” y esas cosas… Estira el cuello y la cabeza hacia adelante y me dice “su hijo no está, a ver si entiende: NO ESTÁ”. “Bueno, yo quiero saber dónde está”. “No está”.

V.G: Te vinculaste con el grupo de madres y se empezaron a organizar…

E.E: Había una señora que me hace un gesto para que me acerque. “¿A qué viniste?” Y le conté lo que estoy contando ahora. “Yo también”, dice, “a mí también me pasó lo mismo. Tenemos que ver si nos podemos juntar. Porque a unas cuantas a las que les pasó esto, de su casa, de la escuela, de la facultad… A ver si nos juntamos”. Yo pensé dentro de mí: a qué miércoles me voy a juntar. Claro, yo no sabía nada, pero fui. Y ahí empezamos a reunirnos, a conversar. Y cuando estábamos en Plaza de Mayo, no teníamos pañuelos ni nada. Eran unas cuantas mujeres que daban vueltas alrededor de la Pirámide de Mayo. Nos reuníamos ahí, y empezamos a pensar entre nosotras qué podíamos hacer, porque nos habían maltratado, y lo peor de todo, se habían llevado a nuestros hijos. Así que, ahí empezó la historia.

La cuestión ahí empezó. Viste que uno va conversando, uno con otro, una fue a un lado, la otra al otro, la otra al otro… Y así se fue formando lo que después fueron la Madres. Estábamos todas juntas, no había división para nada.

V.G: ¿Ahí nacieron los pañuelos blancos?

E.E: Y la primera marcha que hicimos, hasta Luján, porque no sabíamos nada, no nos poníamos nada, nos agarró a todas desprevenidas. Cuando salimos de la iglesia, nos reunimos ahí afuera. Éramos muchas, muchas. Y no solamente madres, sino que había también otras personas que estaban con nosotras apoyándonos. Ahí resolvimos, entre charla y charla, que nos teníamos que distinguir “¿y cómo hacemos?”. Y salta una y dice “¿y si nos ponemos un pañal?”, antes los pañales eran de tela. Nos miramos entre todas… y sí, ¿por qué no? Y nos pusimos un pañal. Ese fue nuestro primer distintivo, y ahí se fueron agregando más cosas.

V.G: ¿Cómo jugó la Iglesia con ustedes?

E.E: Un día estábamos dando vueltas a la Pirámide y una compañera dice “che, mirá, allá vienen los soldados”, y digo “¿y qué hacemos?”, “Y, vamos a escondernos en la iglesia”, viste que está enfrente. Entonces empezamos a correr, y nos corrían, y nos metimos adentro de la iglesia pensando, claro, que los curas nos iban a proteger. Pero no, se pararon y nos hacían gestos para que nos fuéramos. Terrible. Nos  fuimos corriendo, lo más que podíamos porque entonces éramos jóvenes, y los curas atrás, para  asegurarse bien de que no volviéramos.

V.G: Las quisieron echar de la Plaza, pero se resistieron…

E.E: Nos corrieron con caballos, nos perseguían ahí en la Plaza. Nos hicieron de todo, de todo, golpes, corridas, de todo. Pero no pudieron, porque no es fácil que te lleven un hijo, o que se pierda un hijo, o que se muera, y ya está. No, no es así, los seguimos buscando.

V.G: ¿Y cómo te enteraste de lo que pasó con tu hijo?

E.E: Siempre llevé la foto de mi hijo en las marchas en Plaza de Mayo. Un día se acercó un muchacho que había estado detenido, pero que después dejaron libre. Y él me contó, y contó ahí a la gente, qué había pasado con mi hijo. A mi hijo lo llevaron, cuando él estaba trabajando, trabajaba con los libros. Así fue que yo me quedé con libros, porque nadie me los pidió, así que me quedé con dos libros, libros grandes… La cuestión es que, le digo por favor, contame lo que viste. Porque él también había estado desaparecido. A su hijo lo llevaron al Centro Clandestino El Atlético. No sé dónde lo detuvieron. Pero del Atlético lo metieron en una saca como las grandes de lona que usaban en el Correo, y adentro colocaron un montón de piedras”. “Pero ¿qué pasó?”. Me miraba, como si no quisiera contar demasiado. “Lo metieron ahí adentro, lo subieron a un avión ahí en Campo de Mayo, y después lo tiraron al río, con la saca cerrada y todo.” Porque por ahí, se hubiera podido escapar, él sabía nadar, y por ahí… ¿viste? Pero no, ahí murió. Ahí adentro, encerrado, con todas las piedras.

V.G: Largos años de lucha… ¿Vos trabajabas y seguías marchando?

E.E: Vos sabés que yo trabajaba en el Hospital Garrahan. En el laboratorio. Pero para venir a la Plaza de Mayo tenía que salir una hora antes. Y yo salía. Tenía que firmar a las tres de la tarde. Y uno de ellos, de los que estaban ahí, me dice “Firmá y andate”. Y así pude empezar a ir a la Plaza. Ahora me río, pero fue un momento…

Me llama la jefa del laboratorio. Me dice “Siéntese. Le quiero hacer una pregunta ¿Por qué usted firma antes y no se va al horario que tiene que estar?”. Le conté. Ya lo sabía. “Discúlpeme. Yo no puedo dejar de ir a la plaza. Cámbieme de horario. Que venga una hora antes”, entraba a las 7. “Que venga una hora antes. Pero no voy a dejar de ir.” Me mira, “Quédese tranquila”. Cada vez que me acuerdo de ella… Había buena gente, como no. Dependía de cada uno.

V.G: ¿Pudiste con los años declarar esto en un juicio?

E.E: Yo declaré en Comodoro Py por tener un hijo desaparecido, por los golpes que a mí me dieron y a mis hijas, y por el robo. Y después pudieron declarar mis dos hijas, por todo lo que les hicieron. Hay algunas personas que piensan que eso una lo puede olvidar, o lo puede perdonar. Yo ni lo perdono, ni lo olvido. Para nada. Así que bueno, estamos con todo eso, pero tantos años, logramos cosas, pero falta.

Eso es lo triste. Porque vos podés tener ideas políticas. Pero, por ejemplo, vos podrás ser peronista, radical, socialista… Es tu decisión. Sí te voy a reclamar, y sí te voy a decir, si no hiciste nada por todos los desaparecidos. Hay bebés que les han sacado. ¿Cómo no vas a hacer algo para que eso se aclare? Yo quisiera que alguien me lo diga, no entiendo. No entiendo cómo no podés ayudar a que aparezcan los chiquitos que les arrebataron a las madres. Pero parece que no, parece que no. Hay varios chiquitos expropiados. Lo que han hecho es tremendo.

En casa costó muchísimo que mis dos hijas, principalmente la más chica, pudieran salir de todo eso, que no salió. Esa es la esperanza que teníamos. Se fueron acostumbrando a eso, pero no es que lo hayan aceptado ni nada por el estilo. Porque creció sabiendo lo que le hicieron. Eso fue tremendo. Así que hay muchas cosas que uno no les puede perdonar. Que se los hayan llevado, que los hayan matado. Un montón de cosas, pero bueno, acá seguimos en la lucha.

V.G: ¿Qué significó para vos este 24 de marzo unitario, una plaza llena, después de tantos años, en este contexto con este gobierno?

E.E: Hermoso. La verdad, muy bueno. Muy bueno. Tardaron un poco. Porque si esto se hubiera podido hacer muchos años atrás, quizás hubiéramos tenido más castigados y también alguna noticia… Bah, yo tuve. Pero hay otros que no tuvieron noticias de ninguna manera. Principalmente a los que les llevaron los bebés. Como a ellas las mataron… Andá a reclamar. ¿A quién le reclaman? Pero por suerte y con la lucha algunos pudieron saberlo. Se supo la verdad de quiénes fueron sus padres. Ahora tenemos que seguir reclamando más que nunca.

V-G: Y más en este momento donde gobierna Milei.

E.E: Qué quilombo que hizo. Y los que están alrededor también en el gobierno. Todo un conjunto. Porque nunca van a entender que yo voy a decir lo que pienso. Pero vos también podés decir lo que pensás. ¿Por qué te tenés que callar vos y yo puedo? No nos van a callar.

V.G: Quería pedirte un último mensaje sobre la importancia de organizarse. La importancia de seguir en las calles. Así como ustedes que siguieron todos estos años.

E.E: Seguir luchando. Tal cual. Es que hay muchas cosas que no han cambiado. La pobreza. El hambre. La falta de trabajo. Hay muchas cosas que no han cambiado. Pero si no se habla y se lucha…

Hablen. Digan lo que piensan. Pero, ¿qué pasa? Decís lo que pensás y te quieren castigar. Entonces alguna gente no quiere decir mucho. Porque tiene miedo. Y es lógico. Yo no sé en qué va a terminar esta situación, sinceramente,porque es tremendo lo que estamos viviendo.

¿Sabes lo que me duele mucho? Los jóvenes. Los chicos de las escuelas. Porque miro el noticiero… y veo que a veces se pelean entre ellos. Es muy triste. ¿Cómo no lo entienden? Primero estoy yo, segundo estoy yo, tercero estoy yo. Ahí es donde queda todo. Pero si seguimos reclamando, luchando, algún día se sabrá bien la verdad. No tengo dudas.

V.G: Fue importante poder llegar a un 24 de marzo unitario. Verlas arriba del escenario. Leyendo un documento común. En este contexto, donde avanzan contra todos nuestros derechos.

E.E: Tal cual. Fue hermoso. Todos juntos. Es una lástima que hubo gente de nuestro propio espacio, que quisieron hacer otra cosa. Porque acá no se trataba de competencia. Se trata de ayudarnos los unos con los otros. Porque todos son desaparecidos. Esa es mi historia.

Entrevistó: Vanesa Gagliardi (Centro de Abogados por los Derechos Humanos. CADHU)

Noticias Relacionadas