El uso de drogas psicoactivas no es algo actual. Su historia y sus usos remiten a la propia historia de la humanidad. Distintas sociedades han conocido y usado para distintos fines, individuales o colectivos, diferentes productos químicos a fin de alterar sus estados de ánimo, estimularse, sedarse, recrearse, modificar su percepción y diversos procesos cognitivos.
Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, las ciencias de la salud en particular y las ciencias sociales en general, incorporan conceptos tales como abuso de sustancia y drogodependencia. Tales conceptos hacen referencia al vínculo patológico que una persona puede establecer con las drogas. Dicho vínculo se caracteriza por un patrón compulsivo de consumo que implica para estos sujetos un deterioro progresivo de su salud física, mental y de sus relaciones sociales.
Con el avance del conocimiento el abuso de sustancias y las adicciones comienzan, en la segunda mitad del siglo pasado, a considerarse no tan solo como una cuestión estrictamente médica y/o farmacológica, sino también desde una dimensión sociológica, interpersonal y psicológica.
El uso problemático de las drogas implica la presencia en algunos sujetos de ciertas características, atributos individuales o factores de riesgo psicosociales y/o contextuales que facilitan la transición de un consumo esporádico o irregular, a un consumo abusivo y compulsivo de drogas.
Todo abordaje serio que se intente realizar en drogodependencia se encontrará con un fenómeno capaz de adquirir diversas expresiones, según las diversas variables socioambientales y subjetivas que entran en juego, complejizando los aspectos a considerar para cualquier elaboración conceptual que intente fundamentar una política sanitaria en relación a las drogas y sus usos.
Contrario a los prejuicios que se instalan desde los medios de comunicación hegemónicos y los discursos ideologizados de los políticos del régimen, las personas difieren en el uso que hacen de las diversas drogas. Algunas personas nunca experimentan con ellas. De aquellas que las usan, algunas dejan de utilizarlas luego de algunas experiencias y no vuelven usarlas. Otras continúan utilizándolas de forma irregular o pueden convertirse en un usuario regular y recurrente. Por último, algunos –una minoría– desarrollan un patrón patológico de uso de drogas que puede terminar en el uso problemático y perjudicial.
Por lo tanto, no todo el mundo consume drogas, no todos los que consumen se convierten en usuarios regulares o irregulares y de estos sólo algunos se vuelven usuarios compulsivos de las drogas. La diferencia en el resultado del comportamiento respecto a las drogas es atribuible a diferencias en la “vulnerabilidad” de los sujetos respecto al uso de las mismas.
Las drogas son sustancias que se convierten en el objeto de una relación cuando ésta llega a hacerse adictiva. Puede afirmarse, categóricamente, que la existencia de las drogas no es la causa de su consumo problemático. En el proceso de instauración del consumo problemático existe una relación de multicausalidad entre el consumo de drogas, los factores de riesgo de la persona consumidora y su ambiente social.
Los discursos y las prácticas dominantes basadas en el prohibicionismo instauran una serie de prejuicios, estereotipos y nociones falsas sobre las drogas y sus usuarios que obstaculizan seriamente el acceso a los servicios de salud de las personas que están en riesgo o han desarrollado un consumo problemático. Complementando esto es creciente el proceso de desmantelamiento tanto de los servicios de atención, como los dispositivos preventivos, que han sido “tercerizados” en manos de sectores de la Iglesia Católica, evangélica y emprendimientos privados.
Prohibicionismo y narcotráfico. El ejemplo de la ley seca
Desde una perspectiva histórica puede observarse que el consumo de algunas sustancias que para nuestra cultura y momento histórico son de uso cotidiano, como el café, el alcohol o el tabaco, fue severamente prohibido y reprimido en otros momentos y por otras sociedades; por el contrario, se permitía y alentaba el uso de ciertas sustancias como el cannabis, el opio o plantas alucinógenas, que hoy en día se encuentran prohibidas en nuestras sociedades occidentales.
La perspectiva histórica para el análisis de los fenómenos designados bajo la problemática de las drogas y sus consumos da cuenta de los procesos heterogéneos que los configuran como fenómenos a partir de distintas prácticas históricas de saber y poder, y en diferentes ámbitos.
De esta manera “el problema de la droga” deja de ser un problema de sustancias (objetos) sino de sujetos que tienen o no, problemas con las drogas y sus usos. Cuyos vínculos con las sustancias son una construcción subjetiva, social e histórica.
Un recorrido histórico básico puede mostrarnos cómo, en poco menos de un siglo, el consumo de drogas pasó de ser una práctica privada a ser valorada como un indicador de la “debilidad moral” que estigmatizaba a los grupos considerados amenazantes para la sociedad norteamericana: chinos, negros, latinos, irlandeses, e italianos. Para, finalmente, llegar a ser durante el siglo XX un delito de carácter internacional mediante los tratados y convenciones internacionales vigentes.
La historia enseña que ninguna droga desapareció o dejó de ser consumida durante el transcurso de su prohibición. Enseña también que, mientras subsista una prohibición, habrá una tendencia mucho mayor a consumos irracionales y perjudiciales.
El ejemplo histórico más descriptivo de esto es la “Ley Seca” norteamericana en 1919, es el ejemplo más claro de lo efectos contradictorios de la lógica prohibicionista. Durante la vigencia de esta ley la persistencia de la demanda y consumo de bebidas alcohólicas estimuló la fabricación y ventas de licores, que se convirtió en una pujante industria clandestina; la ilegalidad de esta práctica causó que el alcohol así producido alcanzara precios elevadísimos en el mercado negro, atrayendo al negocio a importantes bandas de delincuentes conocidas como “mafias”. El poder de estas mafias se consolidó sobre la base de la corrupción de policías, jueces y políticos.
Además de esto, los 14 años de prohibición de la producción, venta y distribución de alcohol en el territorio de Estados Unidos tuvieron un alto impacto sanitario, incrementando significativamente tanto las muertes por alcoholismo crónico como por intoxicación aguda por alcoholes adulterados.
El triángulo de impunidad y los chivos expiatorios
La corrupción del sistema es otro de los componentes del mapa del prohibicionismo. Cada vez es más evidente que el negocio narco se trata de un dispositivo organizado por estructuras mafiosas articuladas en las instituciones del Estado, fundamentalmente las fuerzas represivas, que son la parte fundamental del triangulo de impunidad narco: poder político, fuerzas represivas y aparato judicial.
Es casi imposible que pueda avanzarse de manera efectiva contra las organizaciones narcos si la depuración y desmantelamiento de las fuerzas represivas y cambios de fondo en el poder judicial, desde una perspectiva socialista como la elección directa de los jueces por voto popular.
La vigencia de la Ley 23737 -que penaliza la tenencia para el consumo- 12 años después de haber sido declarada inconstitucional por la Corte Suprema sin que haya voluntad política de ninguno de los gobiernos que pasaron (Cristina, Macri, Fernandez), es la prueba de que la implementación de las políticas públicas sobre drogas se reduce a la represión y al castigo y tienen una mínima o nula eficacia en la reducción de los problemas sanitarios y sociales derivados del consumo de drogas.
La hegemonización de las prácticas sociales desde modelos de abordaje que estigmatizan, reproducen mitos y estereotipos desde la lógica represiva, que poco tienen que ver con la salud y el cuidado de las personas, y hoy se profundizan en la actual coyuntura política económica.
Las intervenciones y prácticas derivadas de las concepciones prohibicionistas han carecido de eficacia en el abordaje de los problemas (personales y sociales) derivados del consumo de las drogas. Sin embargo, han sido muy eficaces como discurso contribuyendo a consolidar una serie de prejuicios acerca de las sustancias, sus consumidores y fortalecer el aparato represivo y la impunidad de la violencia institucional.
El modelo o paradigma dominante en esta temática ha promovido la identificación droga-delincuencia, ha puesto en marcha mecanismos que han acentuado la exclusión y el control de grandes sectores de la sociedad, ahondando la brecha entre los sectores integrados y los excluidos; los marginados entre los que pueden contarse buena parte de la juventud, sobre todo la perteneciente a los estratos sociales más empobrecidos y castigados por la lógica de mercado.
Un sistema basado en la exclusión como el capitalismo, en su etapa de decadencia, constantemente construye chivos expiatorios que justifiquen la violencia, que las asimetrías sociales y económicas –inherentes al capitalismo- producen de manera creciente.
La política prohibicionista que Estados Unidos ha impuesto a casi todos los países del mundo, mediante esa locura fascistoide llamada “guerra contra las drogas” sólo ha tenido como logro más relevante la criminalización de los jóvenes. Este modelo ha obstaculizado la investigación sobre los efectos de las drogas y ha impedido el desarrollo de programas eficaces de prevención e intervención en salud mental y las adicciones.
Es evidente que no existe una iniciativa global que haya fracasado más estrepitosamente: las medidas prohibicionistas no han reducido el suministro de droga, sino que han creado una industria lucrativa basada en la provisión de narcóticos por parte de bandas y cárteles ligadas a la estructura de la fuerza represiva.
El mercado de la droga, sin regulación y sin licencia, es la forma más pura y más mortífera del capitalismo, ese que prioriza el beneficio por encima de todo sin ningún tipo de protección para el usuario.