Ágata Christie decía que sus mejores historias de crímenes se le ocurrían mientras lavaba los platos. Es que la tarea doméstica tal y como se nos mandató a las mujeres es realmente alienante. Horas de esfuerzo corporal sin paga, trabajo subvalorado e invisibilizado que se reinicia día a día en una cadena permanente y odiosa.
Parte de la lucha de las olas feministas pusieron sobre el tapete esta explotación. Decimos que las patronales se quedan con ese trabajo que hacemos gratuitamente en nombre del amor. Y que supera muchas veces el 20 por ciento del producto bruto interno de las naciones.
Las mismas luchas feministas y de las disidencias colocaron en el centro de la escena esta violencia con base material. Como las ondas que se expanden al tirar una piedra al agua, desde esta vanguardia va ganado terreno hacia la academia que analiza, teoriza, debate. Pero será en el interior de las casas donde prenda la chispa que llegó para quedarse. El planteo es simple: todos usan las instalaciones, todos limpian. El hijo es de ambos, ambos lo atendemos.
Lo cierto es que un grupo de mujeres quedará por fuera de esta posibilidad de cambio: las que trabajan en casas particulares. Las empleadas domésticas de las familias, en general, acomodadas.
Y como para reforzar esa imagen entre naif y romántica de la (en otras épocas), llamada “sirvienta” las ficciones hicieron lo suyo, fomentando en las cabezas de las amas de casas y su descendencia femenina la historia de la cenicienta moderna. A lo único que se podía aspirar era a que un príncipe azul llegara a probar zapatitos de cristal para que la agonía terminase. Con suerte (y pies pequeños) algunas lo lograban, repitiendo probablemente, la historia a la hora de ser, ahora, las patronas.
En la Argentina como en el resto de Latinoamérica los culebrones de los setentas, ochentas y hasta noventas basados en la joven pobre y provinciana (bien de estereotipo de segregación), que entra a trabajar en una casa de ricos y se enamora del heredero, queda embarazada y después se marcha o abandona a su hijo en un convento para ir a buscarlo de grande o argumentos similares explotaron un nicho comercial para este segmento de la sociedad. Entre los sesentas y ochentas tiras como El amor tiene cara de mujer, Rolando Rivas, Rosa de lejos y ya por los noventas toda la saga de Andrea del Boca, hacían las delicias lacrimógenas de historias que en el mismo sentido que la mímesis de la tragedia griega, permitían descargar esa alienación y sufrimiento a las mujeres de su yugo cotidiano. A matarse todo el día en la casa, con los chicos, el marido, los padres para detener el mundo de cinco a seis. La ilusión de vivir otras vidas en una hora y la promesa de la continuidad al día siguiente.
Sin embargo durante la última década y, nuevamente, gracias a la lucha de las mujeres en el mundo, a su extensión y masividad, las ficciones sufrieron un giro brusco en relación a la problemática. El cine, la literatura, la música, la pintura, la ciencia. Todo se empezó a teñir de una implacable centralidad acerca de esta inequidad, sometimiento y violencia haciéndolos visible, problematizando su origen, permanencia y actualidad.
En ese contexto, hace unos días se estrenó en la plataforma de la N una tira de origen turco que va a dar que hablar.
Acostumbrados a los culebrones de este país, los de hace unos años, esta vez la historia va de otra cosa.
Nacida en un pueblo de las afueras de la capital, la protagonista tiene todas las de perder. Es empleada doméstica en varios lugares, su marido está desaparecido luego de haber salido de la cárcel, se le acaba de morir el hijo autista y todos la maltratan. Ella, vestida con ropas enormes y un eterno pañuelo a lo nona en la cabeza, baja la mirada, sólo quiere encontrar a Zafer ese esposo del que espera protección y consuelo.
Así las cosas el espectador empatiza rápidamente con esta sufrida mujer a la que de tanto en tanto le asalta un recuerdo fragmentado donde aparece su hermana menor, del que vamos a intuir un abuso. Pronto se rodea de mafiosos para los que trabajaba Zafer y casi sin querer mata al primer tipo que la ningunea y la acosa. Pero no será el último.
Abro paréntesis aquí solo para recordar aquello de la mímesis. Esa especie de identificación por la que uno sufre, se alegra, llora, y grita de alerta cuando van a atacar a nuestra heroína/héroe.
Y es que más allá de lo que está comprobadísimo, que la propia historia de las luchas de la humanidad revelan: nada se puede conseguir a largo plazo si no es con organización y una dirección que la oriente, frente a estas historias, se presenta ese alter ego por el cual amamos los momentos de la venganza final. Y soñamos también, muchas veces, con ser las y los protagonistas en la vida real de ese magnífico final de El club de la pelea donde el loquito hace estallar los edificios de las compañías financieras.
Fatma tendrá algo de eso y la acompañaremos en su trayectoria hasta las últimas consecuencias. Es una atrapante historia, creada por el debutante Ozgur Onurme con la actuación de lujo de la joven actriz Burcu Biricik.
Made in Argentina
La otra, la nuestra, se estrenó en 2017 en la plataforma CINE.AR. De origen cordobés, con un elenco destacado entre las que participa la escritora trans Camila Sosa Villada (autora de joyitas como La Novia de Sandro o las popular Las Malas) y emitida por la tv publica en 2018 obtuvo el Martin Fierro Federal de oro en 2017. Fue exportada, se estrenó con éxito en la plataforma GSN de Channel 4 de EEUU y en Inglaterra.
¿La particularidad? Un policial negro donde la clave de la historia es justamente la chica de la limpieza que al igual que su colega turca, tiene un hijo con una patología, en este caso una inmunodeficiencia que la obliga a ser ultra obsesiva con la limpieza. La joven mujer se transforma en una verdadera especialista en la materia. Vive junto a su madre y el niño burbuja y para sostener los gastos, trabaja en varios lugares. En la tercerizada del hospital y en un club de boxeo donde una noche la obligan a limpiar una escena de crimen. Rápidamente la mafia narco y de trata de personas la utiliza como su mejor profesional. A medida que avanzan los capítulos, a Rosa le cuesta ya salir del círculo en el que se ha metido. El trabajo de las únicas actrices que no son cordobesas, Antonella Acosta, la protagonista y Beatriz Spelzini su madre, es excepcional.
La tira sólo decae un poco en el anhelo de copiarse los giros de las ficciones yanquis, el lugar común del detective melancólico por su pérdida personal, las trabas burocráticas, los pizarrones con fotos y esquemas de árbol, etc. Pero la red de complicidades, en especial de la policía, es literal.
Dos ficciones en relación. La problemática de la doble explotación y una vuelta de tuerca dignas de ver. Y de recordar: nunca subestimes a una mujer mientras friega y pasa el lampazo.
Puede estar tramando algo inesperado.
Diana Thom