lunes, 23 diciembre 2024 - 11:34

9 de julio. De la independencia que soñábamos a la independencia que necesitamos

Se cumple un nuevo aniversario de la firma de la independencia de nuestro país. A 205 años de la misma, las tareas de una real soberanía siguen inconclusas. Lo que soñaban los firmantes y lo que tenemos hoy, un recorrido histórico por los vaivenes de nuestra independencia en la siguiente nota.

El 9 de julio de 1816, nuestro país tomaba la decisión de romper lazos con España “y toda otra dominación extranjera”, como reza el texto firmado por los diputados de las distintas provincias. La independencia iniciaba la tarea de organización nacional, que se vería más temprano que tarde enfrentada a las disputas internas por el control del Estado. Unitarios y federales monopolizarían las disputas políticas durante casi 50 años y es en este marco donde se crea la institución presidencial, siendo Rivadavia el primer presidente. Esta primera presidencia tendría un impacto negativo muy profundo en la idea la independencia, siendo la primera autoridad nacional en tomar un préstamo de £ 1.000.000 con la casa Baring Brothers, que definiría la entrega de la soberanía nacional al imperialismo inglés a lo largo de todo el siglo XIX y parte del siglo XX.

Vuestra graciosa Majestad

Buenos Aires, sobre todo a partir de las gobernaciones de Juan Manuel de Rosas, se erigiría como el Estado más poderoso de las Provincias Unidas tanto en lo económico como en lo político. La instalación de los saladeros en las llanuras pampeanas y las primeras manufacturas agrarias y ganaderas, se convirtieron en el primer lazo entre la burguesía terrateniente e Inglaterra. Esta relación no estuvo exenta de conflictos y contradicciones, como la usurpación por parte de la corona británica de las Islas Malvinas o la batalla de la Vuelta de Obligado; pero lo económico y lo político van de la mano, y en ambos casos las distintas autoridades se mantuvieron sumisas al poder colonial inglés.

La generación del 80, organizó el país y profundizó la sumisión al capital británico, al punto que las obras de infraestructura estratégicas, como los ferrocarriles o las mejoras portuarias, estaban a cargo de “inversiones” inglesas que tenían como finalidad recibir pagos del Estado por las mismas, y simultáneamente ampliaban el volumen de las exportaciones inglesas.

Nuestro país actuaba como una semi-colonia inglesa, generando una burguesía terrateniente extremadamente rica, y una clase trabajadora extremadamente pobre. Fue la etapa con mayor desigualdad social en la historia de nuestro país. La independencia se había canjeado por acuerdos económicos para unos pocos.

Del granero del mundo al engaño

Las desigualdades del modelo agroexportador estallaron en los sectores medios y obreros, generando la caída del sistema político de la oligarquía en favor de elecciones libres  permitiendo la llegada al poder del radicalismo.

Si bien Yrigoyen en sus discursos planteaba la necesidad de gestionar de manera soberana los recursos económicos y naturales, no tomó ninguna medida acorde a eso. Tal vez podríamos nombrar la creación de YPF como el mayor hecho de soberanía de la etapa radical, pero junto a esto también que la economía siguió supeditada a los intereses británicos.

La crisis de 1929 golpearía al mundo comenzando por los países centrales, y afectaría en escala global a todas las economías.  El golpe militar de 1930 -el primero de una larga serie de golpes de Estado en nuestro país- fue un intento desesperado por parte de la oligarquía de retomar el orden establecido a finales del siglo XIX.  Un ejemplo fue el pacto Roca-Runciman, donde nuestro país se comprometía a venderle carne a precios más bajos que los del mercado -que ya de por sí estaban devaluados- a cambio de mantener a la cuota de venta. Un negocio a pérdida solo para garantizar la relación comercial.

Sin embargo, la crisis mundial generó una situación positiva, casi espontánea y sin planificación, que fue la aparición de industrias nacionales para suplir la demanda de productos que por la crisis no se podían adquirir en el extranjero. Esta industrialización impulsada por la burguesía comercial se basaba en que era más rentable producir en el territorio que seguir importando desde un mercado internacional en crisis. Esto produjo una relativa autonomía con respecto al mercado internacional, al mismo tiempo que generó un avance importante en la organización de la clase obrera. El estallido de la Segunda Guerra Mundial sumió al imperialismo británico en una crisis sin precedentes, gracias a la cual la relación con nuestro país fue debilitándose y encararíamos una etapa de relativa independencia económica.

No todo lo que brilla es oro

El gobierno de Perón utilizó esta situación como forma de propaganda -cuando en realidad se debía más a la crisis del imperialismo inglés que a los aciertos propios-  pero sosteniendo de fondo las relaciones de dominación con Inglaterra; un caso testigo fue la nacionalización de los ferrocarriles, que seguían en manos de los ingleses, a cambio de un resarcimiento económico más que generoso, cuando los contratos estaban vencidos y muchos de ellos con graves irregularidades.

La nacionalización fue en realidad una entrega de dádivas al imperialismo por algo que por derecho ya era propio. La presión de los trabajadores llevó al gobierno a agregar en la Constitución de 1949, el artículo 40 que rezaba: “Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación”, para sostener, al menos discursivamente, esta política.

El final de la Segunda Guerra marcaría un cambio de las potencias dominantes. Gran Bretaña cedía su lugar a EE.UU. Después de ocuparse de garantizar el control económico de Europa mediante el Plan Marshall y la conferencia de Bretton Woods, la cual pariría al organismo de control del imperialismo norteamericano: el FMI, rápidamente pondrían sus ojos en nuestro país.

Welcome to América

El golpe de 1955 tuvo como objetivo terminar con el gobierno peronista, pero sobre todo derrotar a la clase obrera para imponer la sumisión al imperialismo norteamericano. Los distintos gobiernos, tanto golpistas como “democráticos”, tomarían medidas en este sentido. Aramburu fue quien ingresó a nuestro país al FMI, formalizando la nueva situación política y económica en el nuevo marco internacional. Frondizi, quien llegó al gobierno con los votos del peronismo,  firmó los contratos petroleros que cedieron al imperialismo este recurso estratégico. Durante el gobierno de Onganía se profundizaría la penetración del capital norteamericano, pero también la resistencia de los trabajadores que estallaba en luchas como el Cordobazo, que le costó la presidencia. Ante el fracaso posterior de Lanusse, el siguiente recurso del imperialismo fue pactar con Perón y que fuera él quien hiciera pasar los planes de EE.UU.  Perón, en su tercera presidencia, inició una serie de reformas que seguían los lineamientos de llevar la economía del país a las necesidades y designios del imperialismo, pero su muerte  dejaba este proyecto trunco y generaba más resistencia. EE.UU., iniciaba su plan más brutal para dominar nuestro país y toda la región, el Plan Cóndor.

Relaciones carnales con el imperio

El golpe genocida de 1976, finalmente logró someter a nuestro país al imperialismo yanqui. Para poder aplicar su proyecto ejecutaron un plan sistemático de desaparición de personas, para doblegar a la clase obrera, y aplicar sus medidas.  El plan económico de la dictadura se basó en dos aspectos: por un lado la adopción sin control del dólar como patrón monetario que se expresó en las “tablitas de Martínez de Hoz” que inflaron el mercado de capitales especulativos y créditos baratos; el otro aspecto, fue el ingreso masivo de productos importados que, al pagar menos impuestos, tenían precios muy por debajo del mercado interno, haciendo que las industrias nacionales no pudieran competir y cerraran. Las industrias se reemplazaron por los capitales especulativos. Las consecuencias internas fueron millones de trabajadores desocupados, una caída abrupta de los salarios y niveles de miseria que no se habían visto desde hacía décadas. Como si no fuera suficiente, en 1981 el Banco Central  estatizó las deudas de los empresarios privados dando origen a la fraudulenta deuda externa de nuestro país.

El golpe de gracia  vino de la mano de la década menemista con las privatizaciones, que entregaron la soberanía sobre lo último que le quedaba al Estado: los servicios públicos, y subordinaron la economía de nuestro país ya sin eufemismos con la convertibilidad que dolarizó nuestra economía.

Necesitamos otra independencia

El Argentinazo, que puso al régimen patas para arriba, puso en cuestión de manera popular los lazos de nuestro país con el imperialismo y los organismos internacionales, especialmente el brazo dominante del FMI. El gobierno de Néstor Kirchner, más allá de los discursos, tomó las medias contrarias, profundizando un proceso de pérdida de soberanía sobre los recursos naturales, las extranjerización de la tierra, la entrega de los recursos mineros, pesqueros y petrolíferos a empresas imperialistas que expolian nuestros recursos, contaminan nuestros suelos y ríos y depredan nuestra naturaleza. El argumento, repetido hasta el cansancio por la burguesía, es la necesidad de incorporarnos a los “mercados internacionales”, lo cual en realidad solo trae mayor desigualdad y crisis social; en vez de poner de pie una industria nacional que genere empleo y salarios dignos. Los siguientes  gobiernos, el de Cristina Kirchner, Mauricio Macri y ahora Alberto Fernández mantienen inalterable esta política.

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La casta política burguesa tiene el cinismo de hablar de independencia cuando prácticamente desde el inicio de la historia de nuestro país, fueron los encargados de entregar la soberanía que prometía la declaración de la independencia. Por eso la tarea pendiente es romper los lazos con el imperialismo y poner al país de pie, recuperando nuestra soberanía económica, política y social. Y esta es una tarea que solo puede lograr la clase trabajadora.

Germán Gómez

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